El cuerpo sabio él, se acomodaba y encajaba fácilmente en los cojines del chiringuito de playa. La brisa marina, peinaba nuestra piel y la sal del mar parecía azucarada. Tumbados en el cobijo de las sombras, arropados en cojines triangulares donde reposaban nuestras cabezas, pasaban los días sin ninguna prisa. Caminando descalzos por arena mojada, sin inquietarnos por el silencio de la calma del vaivén de las olas. Nos emborrachábamos con zumos de vitaminas, nos arrugábamos en agua salada y de vez en cuando algún que otro masaje nos activaba la circulación. Dormíamos en cabañas de bambú, envueltos de una red blanca, donde bailaban los mosquitos. Por la noche envueltos en un pesebre nos acompañaban tres bueyes con traje blanco. Otra tela de araña me había atrapado en un lugar especial. Una bandera más clavada en el mapa de mi cabeza, de fácil recuerdo y con billete de regreso.
El ultimo día en la isla, nos fuimos conduciendo unas motos que parecían de juguete. Recorrimos la parte este de la isla y descubrimos rincones olvidados entre cruces de palmeras y aguas turquesas. Parecía que la isla tenía una cara oculta. Desaparecían los complejos turísticos y el lugar se mostraba más salvaje. Únicamente encontrábamos algunas motos aparcadas en las orillas de playas desiertas. Otra bandera queda pendiente para clavarla en una futura ocasión. Playas tranquilas, con blanca arena, fina no, finísima. Sin las dichosas aglomeraciones, donde únicamente la escasa comodidad se ve compensada con creces, por el maravilloso paisaje. Vimos pequeños amarraderos donde ya no faena ningún barco. Antiguos bungalós de aspecto salvaje, camuflados entre la vegetación, invitaban a quedarse en su sombría estancia. Techos de paja, paredes de caña, sillas de bambú y restos traídos por el mar, convertían el lugar en la nueva casa de Robinson Crusoe.
Mi madre, hacia un mes que me había enviado un paquete a casa de Ant, donde había unas sorpresas. Embutidos y dulces acaparaban todo el espacio del paquete junto a una felicitación de navidad. Que placer fue el hecho de poder degustar embutidos de nuestras lejanas tierras y apreciar el sabor azucarado del turrón. Aunque el rey de la mesa, amo y señor, fue sin duda el sr jamón seguido por sus amantes, los señores chorizos acompañados de sus fieles salchichones. Qué bien se degusta la grasa cuando tienes carencia de tejido adiposo. Las betas blancas del preciado manjar no tenían tiempo de fundirse en medio de las papilas gustativas, que absorbían todos esos sabores, ricos en matices que evocaban esa pequeña acidez, recuerdos a bellota reposada en sombría dehesa.
Al final, después de unos cuantos días de playa, abandonamos la tranquilidad y llegamos al bullicio de la capital. Bangkok nos esperaba con su acostumbrada estampa. Era temporada alta y el barrio estaba lleno. Cada día, por la mañana me escapaba del tumulto de turistas de Kao San Road y me dirigía a redescubrir rincones ocultos de la ciudad. Pasaba el tiempo rebuscando como un indigente, dedicándome a investigar entre infinitas callejuelas para encontrar cualquier objeto que me atrapara en su atención. Mientras, Jordi y Nuria, se aposentaron en hoteles más decentes. Mi economía, castigada por el ajetreado ritmo de los últimos días me invitaba a hospedarme en estancias más humildes.
Muchos contrastes venían a mi cabeza, abandonada la playa, la ciudad se mostraba envuelta de oscuros abismos, con sabores amargos, humos lacrimógenos y olores a submundos de alcantarilla. Aceras donde no nacen las flores. Paredes provisionales, construidas con arena de playa introducida en sacos. Muros transitorios con huellas de marcas, indicando el nivel del agua de pasadas inundaciones. En el cielo, ya no brillaban las estrellas, apagadas por el reflejo de edificios devorando la oscuridad. Sudores fríos en la noche, me aliviaban junto con tragos cortos, acompañados por la ley seca del Sr Jack Daniels. Las tres hélices del ventilador anclado en el techo de la habitación, movían mi sombra y aportaban aire fresco a mi ratonera. Así, el leve frescor, evitaba encontrarme con el olor de fregona sucia de suelo de bar. Una mañana me dirigí hacía la embajada China para obtener información acerca del visado y del tiempo que podría permanecer en el país, pero únicamente obtuve un par de formularios para rellenar. Todo lo demás fue imposible, una máquina lo dirigía todo. El tiempo se acaba para todos, así que, sin darnos cuenta, nos despedimos de Nuria, la Berenjena. Acabó sus últimas horas luchando contra el regateo de precios sin etiquetar, donde al final, ambas partes se creen ganadoras. Pero antes, nos habíamos reencontrado con Jordi y Mar que se disponían a realizar sus vacaciones acompañándonos en algunos de sus días.
Adiós Nuria, hasta la próxima. Has demostrado con creces que eres una todo terreno y que te adaptas a cualquier situación. Ahora que te has ido, notaré a faltar esas galletas o cualquier tipo de dulce que por arte de magia aparecían de tus bolsillos sin fondo, cuando cansados por el pedaleo, no nos quedaba nada que llevarnos a nuestro vacio estomago.Por cierto, el último día en la capital tuve un pequeño percance con la policía, creando unos momentos de tensión que más vale olvidar. Se ve que querían cobrar un sobresueldo y no tuvieron suerte.
Adiós Nuria, hasta la próxima. Has demostrado con creces que eres una todo terreno y que te adaptas a cualquier situación. Ahora que te has ido, notaré a faltar esas galletas o cualquier tipo de dulce que por arte de magia aparecían de tus bolsillos sin fondo, cuando cansados por el pedaleo, no nos quedaba nada que llevarnos a nuestro vacio estomago.Por cierto, el último día en la capital tuve un pequeño percance con la policía, creando unos momentos de tensión que más vale olvidar. Se ve que querían cobrar un sobresueldo y no tuvieron suerte.
TOM SAI
Sin darnos cuenta un avión nos alejaba de la capital y nos dejaba en Krabi. De aquí nos dirigimos a la playa de Tom Sai donde se abría un mundo envuelto de paisajes hipnotizantes y ambiente acogedor. Era mi cuarta vez que pisaba la arena de esa playa. En el lugar se apreciaban pocos cambios, aunque cada vez se escucha más el castellano. Reducto de una aldea, aislada del mundo por medio de unas paredes que van moldeándose mediante el leve caer de finas gotas de agua. Puliéndose en formas de columnas amorfas, donde algunas ansían buscar el cielo y otras desean posarse en el suelo. Paredes de colores anaranjados con matices erosionados por el efecto del mar. Cabañas camufladas, en medio de la selva, intentando ser ocultadas por el caer de gigantes hojas. Ruidos extraños, pero no desconocidos, envuelven el entorno salvaje del lugar donde los tailandeses de etnia gitana han domesticado. Diferentes especies de monos surcan el aire moviéndose ágilmente por encima de nuestras cabezas. Por la mañana, botes de popa larga, encienden sus motores transportando personas y víveres, rompiendo el ruido del susurro hipnótico del mar.
Al segundo día comenzamos a escalar y en el primer 6b, pegué mi primer vuelo. Mi cuerpo estaba desentrenado y tanto mis brazos como mi espalda notaban el sobreesfuerzo del avance vertical. Pequeñas agujas parecían clavarse en mis articulaciones y mi cuerpo se adaptaba a los movimientos, moldeándome como la rigidez de un robot. Mis hombros y articulaciones se encontraban en ebullición y me costaba realizar algunos movimientos, pero gracias al masaje tailandés todo sufrió un pequeño alivio.
En un chambao de viejas maderas, rodeado por telas mosquiteras que hacen de paredes. Sin luz, y con una brisa de aire procedente de un pequeño motor con hélices. Con olores a menta y eucalipto. Rodeado de aceites de coco, donde unas manos arrugadas por el paso de los años, moldean la piel de los clientes. Tumbado en el suelo, encima de delgadas colchonetas, recibo los primeros acordes de tensión en mi castigado cuerpo. Estimulado por puntos de presión, comienzo a retorcerme entre sensaciones contradictorias de dolor y placer. La masajista, una abuela de avanzada edad, detecta rápidamente los lugares más castigados y untando en mi piel, crema de eucalipto, comienza a trabajar esas zonas. Sin darme cuenta, en un estado de consciencia medio anestesiado, transcurre una hora que percibo como si hubieran pasado unos pocos segundos. Al incorporarme todo sucede más despacio, mi alma parece quererse quedar detrás de mi cuerpo. Mi cabeza comienza a dar vueltas y es entonces cuando la abuela con un susurro de suave voz me dice y repite al oído, slowly, slowly.
Cada mañana, después de despertarme, me estiro en la pequeña terraza del bungaló. En esos silencios es cuando noto la paz que transmite el aislamiento del lugar. En medio del bosque, veo el vuelo imposible del colibrí, haciendo malabarismos jugando con sus minúsculas alas. En completo silencio, con su pequeña envergadura, va introduciendo su pico curvado en el hueco de la roja flor del platanero. Con rápidos movimientos va introduciendo la cabeza, en busca del delicioso néctar. Saciado y sobrado de vitalidad, vuelve a emprender el vuelo en busca de otra flor, hasta que después de varias mañanas descubro que la flor ya fecundada, se cierra con sus sépalos protegiendo su preciada corona de todo nuevo intruso, impidiendo poder ver el vuelo del pequeño equilibrista.
Otra cosa que siempre me sorprende es el movimiento del mar. Parece que juegue al escondite con la arena de la playa. La línea de la costa tiene dos caras que perfila la marea. Nunca acabo de acostumbrarme a la sorpresa que produce ver en mí, como desaparece el mar y se aleja varias decenas de metros de la línea de playa, dejando desnudo pequeños trozos de suelo marino. El ciclo de la luna, atrae y repele como fuerza de imán, el salado fluido hacia lugares más lejanos provocando instantes de sorpresa y gran belleza. Los días pasaron escalando y descansando sin darse uno cuenta. Tom Sai tiene esa facilidad de devorar el tiempo sin apreciar el fugaz paso de los días. Como en un reloj de arena, nunca sabrás el día en que te encuentras. Con suerte, podrás oír, el leve susurro del fino roce de los granos de arena producido por la lucha contra el frenético paso de las manecillas del reloj.
En este viaje me estoy dando cuenta que las sensaciones que tengo al visitar un lugar ya conocido van cambiando. Esas primeras sensaciones que aporta lo desconocido, la novedad, se viven más intensamente, pudiéndose ser para bien o para mal. La cabeza moldeada por las vivencias, siempre se ve sorprendida ante todo aquello inesperado. La mente si no espera nada a cambio, tiende a disfrutar más placenteramente la vivencia debido a que no se ha fabricado ningún tipo de expectativa sesgada por nosotros mismos. Así, cada vez que retorno a sitios ya conocidos tengo que replanteármelos y corregir mi valoración si esta ha sufrido algún cambio. Por cierto, Tom Sai la veo bastante igual…..
El descanso llegaba a su fin y mis planes para obtener el visado de china han cambiado. En las Mama Kitchen, trabaja un argentino ciclo turista el cual me ha informado que en la embajada China de Vientiane te dan la visa para tres meses seguidos. Este dato ha hecho replantearme la situación, así que mis días en Tailandia tocan a un pronto final.
Abandonamos el encanto de Tom Sai, aunque esta vez nos fuimos cada uno de manera diferente. Habíamos quedado en Mae Sot, para recoger las bicicletas y para ayudar a Varela en la realización de una filmación que tendrá como objetivo futuro, concienciar a los niños españoles y servir de ayuda a la ONG Colabora Birmania. Jordi y yo llegamos un par de días antes al recinto donde se ubicaba la escuela. Las instalaciones eran precarias, sobretodo los baños, pero nos sentíamos cómodos durmiendo en el suelo de las cabañas de bambú. Los niños, al vernos se mostraban tímidos y cautos ante el par de desconocidos. Poco a poco iban soltándonos algunas sonrisas y poco a poco, aparecían por arte de magia algún que otro gesto de complicidad espontanea. En cuanto al proceso de filmación, todo se complicaba. Demasiados inputs se mezclaban en tan poco tiempo. Elegir a los protagonistas, tomar planos exteriores, adaptar el guion, planear las tomas, controlar a los niños, hacer entender la idea a los profesores y a todo esto se le unía un factor crucial. Varela se tenía que familiarizar con los nuevos accesorios tecnológicos y controlar un gran número de factores asociados a la cámara. Todo era muy complicado, menos mal que el tercer día tuvimos la ayuda de la Mar y Jordi. Todo sufrió un repentino cambio y la cosa fue a mejor. Por una parte, Mar se caramelo a las niñas que eran más cautas a nuestra presencia y Jordi con su nivelazo de ingles facilitó muchísimo el tránsito de información entre los profesores y Míster Yes o Míster Help me, please. La cosa fue cogiendo forma y se crearon buenas sensaciones formándonos gratas expectativas respecto al futuro trabajo final.
Atrapado por un viaje sin fin. Acogido en una escuela sin nombre, km42. Ayudando a viejos amigos, donde próximamente los abandonaré para continuar mi camino. Con ilusiones renovadas, cargado de nuevas energías tras el parón necesario, afronto nuevos retos difíciles de realizar. Nuevas expectativas abordan mi cabeza, aunque será el tiempo el que irá marcando el éxito o fracaso. Observando el cielo, imagino el reflejo de los ojos de los pequeños enanos, cuando cautivos en sus silencios observan fijamente puntos de luz. Espero atrapar el encanto de ver crecer una chispa de vida donde cada nuevo día es un nuevo reto plagado por multitud de cambios. Espero que las risas de esos niños infundan nuevas ilusiones creando paisajes en sueños de felicidad quedándome atrapado en esa otra dimensión que tiene la imaginación.
Por mi parte añoraré esos pequeños abrazos, esas miradas sin complejos, esas luchas por trepar sobre mis hombros, esos gestos de sorpresa, esas mejillas con pinceladas de tanaca, ese lenguaje no comprendido, esa agilidad de plastilina, esos pies desnudos con su base endurecida, esos lazos de amistad y como no, esos gritos que salían del fondo de esas pequeñas cavidades pulmonares, cuando utilizaban el método de repetición para aprender la lección. Aun recuerdo cuando sosteniendo en mis brazos esas pequeñas criaturas, estas se dedicaban a experimentar e investigar con su tacto, el relieve de mis pecas, la suavidad de mis pelos, la rugosidad de mis verrugas y el brillo de mis puntos esmeraldas.
Después de todo este tiempo en el que he estado acompañado tocaba despedirse y separase para que cada uno siguiera su camino. Así que rondaban las 08 de la mañana cuando en la estación de autobuses de Mae Sot nos decíamos Adiós. Un autocar que se dirigía hacia Bangkok, cargaba a los dos Jordis y a Mar hacia sus próximos destinos. Por mi parte tomé un bus que me llevaría hacia Lam Sok i desde aquí subido a mi btt tomaría el camino del norte que me llevaría hasta Vientan, paso previo a la entrada en China.