domingo, 5 de agosto de 2012

Retorno obligado


Malos pensamientos rondaban por mi cabeza y resistían en esfumarse. Hacía días que  por la noche no me dejaban cerrar mis ojos. No era hasta que llegaba la frontera entre el día y la noche donde al fin conseguía liberarme y caer en un sueño que me aligeraba del sudor. Las decimas de fiebre se evaporaban, aliviándome del calor y durante  unas horas podía escapar de mis terrores, hasta que  volvía a despertarme con extraños pensamientos dentro del infierno. Un infierno  privado y solitario, pintado de colores como de  sabores amargos  con la falsa y   vaga  apariencia  que podía controlar su puerta de acceso.  Caía en un abismo cada vez más lejos de una salida, donde parece imposible retroceder al punto de partida. Quizás mi cuerpo, por instinto, había intuido la amenaza, pero mi ser no estaba  consciente del verdadero peligro que podía repercutir en mí. Fue la frustración la que  finalmente me empujó a  irme  del país, no podía soportar más la sensación de una incertidumbre que iba creciendo día a día. Me limitaba a seguir mis impulsos, aunque la bomba cada vez latía con menor fuerza y por mis arterias estaban fugándose esas pequeñas fuerzas que  mueven a uno hacer esos pequeños pasos del día a día.  Aparcado dejo, esas ideas de futuros planes que permanecerán en reposo hasta un incierto futuro.
Al final, llegó el día fatídico donde después de un combate entre tomas de decisiones, creí elegir la mejor opción que se me presentaba. Abandonaba el calor de una isla y retornaba a Barcelona en busca de un diagnostico a mi problema.
Mi cabeza se volvía loca, te piensas que no te pasará nunca, que no te puede pasar, que eres la única persona del mundo a quien ninguna de estas cosas no le sucederán nunca y entonces te comienzan a pasar una por una, sucediéndote todas, de la misma manera que le suceden a todo el mundo.

Pasé unas cuantas horas en el servicio de urgencias del Hospital Clinic de Barcelona, donde me dijeron que todas las pruebas que me habían realizado se encontraban con los parámetros normales, así que me derivaban para que visite las  consultas externas del mismo hospital al día siguiente. Abro los ojos y me veo sentado en una silla, esperando mi turno en la consulta de medicina tropical del Hospital Clinic de Barcelona. Esperando que se acaben  esos odiosos  tiempos muertos. Oliendo ese perfume antiséptico típico de todas esas instalaciones. Clavando mi mirada en los pacientes, me arrebata la  nostalgia de un breve pasado, interrumpido por algún factor  orgánico que provocaba   disfunciones en mi cuerpo.  Reposando,  mi imaginación intentaba inventarse los posibles diagnósticos que causaban mi enfermedad. Por mi cerebro, aparecían  unas figuras de  apariencia amorfa con formas  de gusano, las cuales parecían estar   ancladas en mi  tubo digestivo. Al rato, oigo por los altavoces, una voz  femenina nombrando mi nombre y un número de puerta. Me levanto y acompañado de mi madre entramos emocionados a la consulta.  Mi  ego, hacía rato que me engañaba,  pensando que los doctores adivinarían rápidamente las causas que me provocaban encontrarme en ese estado. La realidad, rápidamente  golpeo mi cabeza y descubrí que  mi médico no era el doctor house.  Su decisión dependía  de la interpretación de múltiples  resultados de diferentes  analíticas que aun  tenían que realizarme. Visité la sala de vampiros del hospital, donde  me succionaron el volumen de varios tubos de ensayo de mi querida hemoglobina.  No pude mirar, tengo un pequeño problema  con mi sangre.  Si veo mi rojo fluido, mi cerebro suele hacer un reset y  a veces me salta el diferencial o se me funden los plomos. También tuve que aportar muestras de heces, hacerme una ecografía y una prueba nuclear. Ahora sí,  disponían de gran cantidad de material para someterlos a todo tipo de test

Estuve más de un mes, esperando que me dieran un diagnostico. Mientras, tenia periodos de nauseas que me dejaban el cuerpo hecho papilla. A veces incluso estuve a punto de llegar al desmayo. Mi estado estaba decaído, me envolvía una sensación de  agotamiento. Había que vencer el largo tiempo de espera intentando matar los tiempos perdidos, pero no tenía fuerzas para nada. Entré en un círculo vicioso de elucubraciones extrañas, tan improbables, tan alejadas del realismo que te cuesta encuadrarlas en la objetividad. Por fin, llegó el día donde el doctor me diagnostico que tenía una bacteria, Helicobacter Piroly, la cual tenía que ser tratada con unas combinaciones de varios antibióticos. Estuve una semana dándole veneno al bicho. No sé que era peor si el remedio o la enfermedad,  porque dicha medicina me provocaba bastantes efectos secundarios, incrementando  las nauseas y los mareos. Pasaron los siete días de tratamiento y todo continuaba igual. No encontraba mejoría y las molestias en la zona abdominal derecha continuaban dándome el coñazo. Al final, descartado la presencia de algún tipo de organismo anómalo, descubrieron que el problema de todo residía en mi vesícula biliar. Esta, estaba medio llena de pequeñas piedras unidas a una especie de fango, siendo esto la causa de todas mis molestias. La solución planteada por los médicos fue clara, tenía que operarme y extirparme dicho órgano.
Todo este proceso acabó el 18 de mayo  cuando la doctora Canal me extirpó la vesícula mediante la técnica laparoscopía. Me hicieron tres cortes muy pequeños por donde introdujeron unos tubos articulados dentro de mi cuerpo con el fin de realizarme cirugía mutiladora. Todo el proceso siguió su curso  normal y poco a poco mi ánimo comenzó a reencontrase consigo  mismo.

Habían pasado 4 meses desde que me comencé a encontrarme enfermo. Mi cuerpo estaba debilitado y en mi cabeza reinaba un poco de confusión. En mi interior se  mezclaba una especie de debilidad que provocaba una gran  fatiga, a esto se le unía un  desanimo que me quitaba cualquier alegría. Todo esto hizo que el último tramo de mi viaje  se aplazara, mi estado físico no era el adecuado para poder afrontar con garantías la aventura de moverme por las duras condiciones de las montañas de China y las largas distancias entre las  estepas de Mongolia. Después de enfocar mi visión, el objetivo quedo más nítido y en mi clixe quedó exento de ruido, pudiendo encuadrar mi nueva etapa. Decidí volver a incorporarme al trabajo y dejar pendiente para un futuro, la realización de una parte de mis sueños. Solo me quedaba una cosa pendiente, tenía que intentar volver a rescatar mi  bicicleta.  Tenía que intentarlo, mi  compañera de viaje, que tanta compañía me había dado, había sido abandonada a su suerte junto sus respectivas alforjas. Compré un vuelo para Asia pero aquí no acababan los problemas. Cinco días antes de tomar el vuelo, mi madre sufría unos dolores en su cuerpo. La ingresaron en el hospital con un cuadro de dolor intestinal, fiebre y nauseas. Al final después de realizarse varias pruebas y pasar varios días, los doctores le diagnosticaron una  infección de intestinos unido a una pequeña inflamación de las paredes de la vesícula.  Por mi parte lo tuve claro desde el primer día, no soy médico ni pretendo dármelas de listo, pero los signos que presentaba mi madre coincidían con los que tuve cuando me encontraba indispuesto en un hostel en Luang Prabang, parecía que el cirulo se volviera a cerrar. Tuve que anular el vuelo y cambiar las fechas de mi salida. Mi madre estuvo dos semanas ingresada  hasta que le disminuyó la inflamación, así  que mi estancia  en tierras extranjeras solo sería de 10 días para rescatar lo que me encontrara.

Todo paso de manera lentísima, el cambio de mi vuelo implicaba infinitas horas de incomoda estancia en asientos de aeropuerto. Fatigado y pasado 3 días desde la toma del primer avión, llegué al lugar indicado. Tenía el cuerpo adolorido, la cabeza cansada, el estomago debilitado y el cuerpo mojado, pero cuando mis ojos vieron al fondo del pasillo  una silueta conocida, mi cuerpo segregó un chute de adrenalina  pura, sin un miligramo de corte. Ipsofacto las pupilas se dilataron convirtiendo mi visión en ojos de gato, mi corazón comenzó a expandirse queriendo salirse de la cárcel de sus costillas. La boca se me secó y comencé acercándome hasta que pude tocar a mi compañera con sus valiosas alforjas. Pequeñas cantidades de  electricidad recorrían mi cuerpo llegando a excitarme  prolongando  esa sensación de euforia.

Ahora  volveré a mi tierra, Lleida, donde el gran imperio del mal vuelve atacar. España visto la que está cayendo ya no será nunca más  esa nación GRANDE y LIBRE.  Ahora vuelve a su verdadera realidad  envuelta de incultura, miserias, oscuridades, vagos, paletos con vestidos de marca, políticos corruptos, donde las palabras están llenas de mentiras, donde se torturan animales para el entretenimiento de mentes retorcidas y viejas duquesas son la envidia de los que pasan hambre mientras hojean las páginas de revistas como  el Hola. No hay colmena en el mundo que aguante tantos zánganos, se impone una revisión general ya que el problema de nuestros dirigentes es que son  ciegos y no hay peores ciegos que los que no quieren ver. Aunque lo que más me hace hervir la sangre es lo ciega e inútil que se ha vuelto la justicia, esa dama ciega con una balanza desequilibrada hacia el lado equivocado, donde cuando  no se piden responsabilidades, el sistema, acaba desmoronándose. Parece que los jueces y fiscales se ríen de los pobres y débiles, así es como lo percibo  porque parece que los malos si son  ricos o tienen poderosas influencias se vuelven inmunes a los barrotes. A grandes males, grandes soluciones….tiene que  correr  la sangre así abrirán los ojos.
En cuanto al año que me quedaba de viaje lo pospongo hasta que me recupere, aunque harán falta unos cuantos años más para que la administración vuelva a concederme otra excedencia. Aprender a adaptarme es lo que he aprendido en este viaje. Quien se adapta a las nuevas condiciones siempre  es el que suele salirse  ganadordor. Ahora vendrá el un choque de trenes, volveré a una rutina mas sedentaria donde  si tengo un mal día siempre podré escoger y abrir la caja de mi baúl de recuerdos.

Eso iba a ser todo, pero todo pudo cambiar y torcerse en un segundo. Tres días antas de retornar a mi casa, hubo un problema. Rondaban las 12 de  la noche, la lluvia era intensa y mi motocicleta me llevaba por las rutas de una isla tailandesa. Fui un ignorante o simplemente un poco gilipollas, pero todo sucedió en menos de dos segundos. Después de una simple parada en un supermercado seven eleven, encendí mi motocicleta. La máquina de 125 cc se encabritó encarándose hacia un charco que desvió la trayectoria del ciclo, encarándose hacia un barranco. Mi cuerpo sobresaltado no pudo hacer nada, la moto se cayó en el barranco de 3 metros de desnivel y mi cuerpo se quedo sujeto en el aire. Solo me aguantaba por mi pierna derecha la cual se había enganchado a un pequeño pilón de hormigón. Me quedé medio inconsciente por la colisión, pero mis ojos solo enfocaban las rocas que había en el fondo.  No podía caerme, el impacto de mi cabeza contra las rocas no auguraba un buen futuro. Atrapado en el dolor y viendo la muerte en mis ojos, unos franceses me ayudaron a reincorporarme. Mi cuerpo y mi cabeza estaban como anestesiados, no comprendía que había pasado. Alguien había encendido alguna vela por mi, si no, no puedo explicarme como pude salvarme de dicha situación. Maldita motocicleta, parecía que el diablo se hubiera aliado con ella.