domingo, 1 de enero de 2012

Retorno a Tailandia.


TAILANDIA.

Solo   cruzar la frontera  del país captas  la diferencia entre las personas que habitan vecinos lugares, tan próximos entre ellos, pero con tantos matices diferentes. Aquí las personas  no son tan tímidas como en sus países vecinos y a la mínima oportunidad te interrogan a preguntas, con la sonrisa siempre en los labios. En los puestos de comida, las  señoras mayores  me tratan como si fuera uno de sus hijos y me colman de atenciones. Se sorprenden  que utilice una bicicleta con tantos bultos. Pensad que  estos  países asiáticos son para paralíticos. Siempre están con las motos para arriba y para abajo, evitando hacer  ejercicio y como los vampiros,  intentan esquivar la luz del sol.
 Comencé transitando por la carretera  núm. 2 que me llevó hasta Udon Thani donde un desvío  me conduciría hasta Nong Bua Lam Phu. La carretera estaba muy concurrida. Demasiado trafico  con prisas. El asfalto,  secado al sol, era liso y fino, con lo que los platos funcionaban sin ruidos girando a derechas. El trafico, sin embargo, al revés, circulando por la izquierda complicando las cosas sobre todo en cruces y rotondas. A partir de Khon San la cosa cambió. Infinitas subidas complicaban las cosas. Aparecían  en medio de la ruta diversos  parques naturales y la vegetación sufría evidentes cambios. Las coníferas invadían las laderas de las montañas y mi GPS marcaba los 950 metros. La orografía se tornaba agreste  y visualizaba  señales, advirtiéndome del paso de  elefantes,  indicándome la aparición de vida salvaje. Run runes de sonidos procedentes de aves voladoras acompañaban  la calidez del susurro del vaivén de las cañas de bambú. Éxodos de pájaros jugueteaban entre   azules colores  y verdes amazónicos.

 La temperatura era incluso agradable pero el suave viento me envolvía en mi sudor  sintiéndome frio cada vez que tenía que detenerme a coger un suspiro de aire. Así pasaron dos etapas recorriendo las montañas donde el cansancio iba acumulándose. Por las mañanas me entretenía viendo pasar a los estudiantes camino del colegio. Entre las estudiantes, estaba de moda el corte de pelo al estilo Urma Thulman de la película Pulp fiction y en los chicos se llevaba el rapado estilo  Madelman. Al final llegué a Phitsanulok, ciudad donde había quedado con mi amigo Jordi Varela. La tecnología facilita las cosas así que nos encontramos fácilmente y desde allí partimos dirección Mae Sot, donde nos encontraríamos con Nuria, la Berenjena y partiríamos los tres juntos en una pedalada solidaria para ayudar a los niños birmanos.  Para más información os paso el link de la ONG www.colaborabirmania.org/

MAE SOT.

Al llegar a Mae Sot conocí a varios cooperantes  y nos hicimos participes de los proyectos de la ONG Colabora Birmania. Pude hacerme una vaga idea de la problemática que padecen los refugiados birmanos y conocer varias instalaciones que gestiona la organización.
La vida, para la gran mayoría de estos niños es una realidad dura, con muchas penalidades, soportando esfuerzos y desengaños donde necesitan sueños de esperanzas. Como un mundo de burbujas que engalanan nuestra vida,  donde   duran solo  unos instantes y sus recuerdos quedan olvidados en huellas  fugaces  de minúsculas gotas de agua. Aquí, miles de niños quedan abandonados en el jardín botánico que origina la selva. Olvidados  en  el abandono del cariño, como manchas que se vuelven  invisibles cuando quedan ahogadas en la oscuridad.
 Niños que arropan a otros niños, en busca de un abrazo donde refugiarse. Abandonados, perseguidos por su gobierno, sobreviven al juego de ser ilegales anónimos. No son reconocidos por su país de origen y aun menos  por el  que los acoge. Viven  en campos de refugiados soñando que algún día tendrán la esperanza de poder salir de allí. Sus vidas, parece que para sobrellevarlas precisan soñar que la vida les va a  cambiar. Una vida sin recursos, con un incierto futuro, dependiendo de la ayuda humanitaria, tan necesaria por estos parajes  que sirve para maquillar el día a día.Pude ver como  los niños, faltos  de cariño, se adhieren  en las sombras de cualquier abrazo, queriéndose columpiar en la unión de nuevos brazos. Niños con almas de papel y cuerpos de alambre.

Niños que jugando aprenden a sobrevivir. Niños con miradas limpias. Niños maquillados con polvo de piedra. Niños que al despertarse no reciben ningún beso. Niños que cuando caen, no esperan que nadie los levante…llorar, para que?.  Los lamentos no se oyen entre los sufrimientos de vidas atrapadas en la miseria

Comenzamos la pedalada, rodando por el asfalto de la carretera 105. La primera etapa era llana pero todas las demás estaban envueltas por terreno montañoso. Al segundo día comenzaron las subidas. Duras rampas nos hacían crujir los dientes y el sol nos provocaba sudores que hacían nacer en nosotros pequeñas lipotimias. Nuria se murió en una de esas cuestas y mi cuerpo, como el suyo, padecía las inclemencias del cansancio así que decidimos recorrer el resto de la etapa (40km) montados en un pick up que paramos en la carretera.


Jordi por su parte se encontraba motivado, con buenas sensaciones y decidió   continuar el trayecto con un poco menos de peso. Subidos en el coche, nos percatamos de la dureza del terreno. La  carretera estaba plagada de desniveles  haciendo complicada la ascensión a sus cumbres. A la dureza de la etapa se le unía el largo final. Durante los últimos 60 kilómetros no había ningún lugar habitado y esto nos condicionaba la etapa. El sol estaba ardiendo y el calor estaba arrugando nuestras pieles. Nuria y Jordi viajan con el mínimo peso imprescindible y eso hace que no lleven tienda de campaña. Este hecho nos condiciona la jornada, así que cada día al atardecer  tenemos que llegar alguna población donde nos den cobijo. Paramos en la población de  Mae Wa Luang, el lugar era una pequeña aldea campesina donde la vida se mantiene como antaño. No había ningún lugar para alojarse, pero mediante la gestión de los amables tailandeses que nos llevaron en coche, nos permitieron dormir en el centro de atención medica.  Al cabo de un par de horas apareció Jordi que iba en velocidad de descenso.  Cuando llegó, realmente,  me sorprendió que hubiera podido acabar la etapa en un estado físico tan bueno, viendo la dureza del terreno. Pero por la noche no pudo dormir,  la falta de hidratación y la exposición al sol, le provocó   insomnios acompañados de  vómitos y diarrea.
Este largo viaje me ha enseñado que la medida del ritmo de pedaleo, la marca la rapidez con la que te duermes por la noche. Si te cuesta mucho, es que vas demasiado rápido. Jordi se encotraba fuerte e hizo caso a su cabeza, pero  sentado en su bicicleta no iba viendo el castigo que le producía la dura climatología.



 En mi viaje, a veces, aunque por suerte, cada vez sucede menos, me ha sucedido que el   orgullo en querer continuar,  consiguen convertir a uno, en sordo y ciego por unos  momentos, pero cuando te das cuenta de lo que está sucediendo ya es demasiado tarde. El agotamiento producido por multitud de diferentes factores, te han ido golpeando repetidamente sin darse uno cuenta. A veces uno   se cree inmune, pero más tarde el cuerpo te  pide factura con un par de días en que  te acompañan unas  dosis de malestar y síntomas  de agotamiento.
Nuria y yo, continuamos durante un dia, ciclando sin la compañía de Jordi, el cual se desplazó sentado en asientos más cómodos. Al segundo día, todo continuaba igual, Jordi recuperado de sus molestias continuaba la marcha con su estimada y olvidada btt. El dúo volvía a convertirse en un trío  y los kilómetros iban acumulándose. Al llegar a Mae Hong Song  hicimos una parada para poder  visitar las poblaciones adyacentes. La intención era ver una aldea  donde se encuentran  unas mujeres birmanas que tienen una peculiaridad.  Estas mujeres  tienen el cuello alargado, debido a unos aros metálicos que se van poniendo para  deformar así su cuello. Llegamos a una de estas poblaciones, pero al ver que se tenía que pagar entrada para poder ver ese  espectáculo, que parecía un circo, decidimos no pasar. El día lo dedicamos hacer algunas grabaciones de video en medio de  rurales poblaciones.Aquí me recordé de mi primera incursión en Tailandia. Rondaba el año 2007, cuando junto a Chusma alquilamos unas motos y nos dimos unas vueltas por esas mismas tierras.

Más tarde se nos incorporó el Varela junto Manu Chao, La Chunga y el Panorámico, donde juntos recorrimos el norte de Laos. Por cierto, alguien sabe donde cojones esta el reloj que había en medio del lago de Mae Hong Song.


De Mae Hong Song nos dirigimos hasta Pai.  La orografía se volvía más agreste y tuvimos que atravesar varios puertos de montaña. Las etapas nos hacían sudar la camiseta y entre curva y curva  el terreno no daba tregua. La velocidad de avance caía  en  picado, igual que las gotas de sudor salpicando el cuadro de la bicicleta. Los paisajes eran monótonos, todo se repetía. Jungla, jungla y más  jungla lo teñía todo de verde. Series de montañas, no muy altas, iban esculpiendo los valles como cola de dragón.  Al caer el sol,  la temperatura se tornaba fría y las mallas junto las ropas térmicas nos envolvían en suaves caricias. La ruta por donde nos movíamos era una de esas donde los moteros se la hacen suya. Curvas, subidas, bajadas, mas curvas,   hacen el camino perfecto para plegarse con la rodilla tocando el suelo.  Al  acabar las etapas diarias, uno sabe a quemarropa. El sudor impregnado  en el cuerpo se mezcla con  la química de la camiseta  y el resultado no es muy agradable al olfato. Nuestro organismo no paraba de expulsar el líquido que bebíamos. Cada 15 minutos después de hidratarnos teníamos que parar a mear. Todo esto cambio, cuando compramos sales minerales, las cuales mezcladas con el agua, permitían que nuestro organismo retuviera  gran parte del líquido ingerido.  
Cerca de Pai  nos encontramos con varios grupos de ciclistas tailandeses, tapados hasta las cejas con varias capas de ropa.  Estos intentaban   realizar la ruta  ciclista más famosa del país. Se podría comparar con lo que en España  se conoce  como  el camino de Santiago.

PAI
Antiguamente, la población era un lugar de paz y tranquilidad donde el aislamiento producido por su difícil  acceso evitaba convertirse  en lo que es ahora. De día, todo discurre con normalidad y  el lugar transmite paz y  mucho sosiego. Pero al ponerse el sol, por arte de magia, las calles principales se convierten en las ramblas. El asfalto, donde por el día transitan vehículos, durante la noche se colapsa de turistas, sobretodo tailandés. Tiendas de suvenires se tiñen de colores y paradas ambulantes intentan atraer la atención de cualquier persona dispuesta a gastar algunos bats en comida y   artículos de regalo. Durante el día  sus alrededores invitan al paseo,  a la aventura y al descanso.  Perderse  por sus caminos siguiendo el curso del rio, jugar con los elefantes, observar sus aves, dar un paseo, tumbarse en una hamaca, oír el sonido de un geko, es tarea suficiente para ahogar las horas de sol.En esta población celebramos el cumple de Nuria que ronda ya los treinta y tantos, y la ocasión requería regar la velada con un poco de vino tinto, aunque la calidad de la botella era la que era. No se puede pedir peras al olmo. Al día siguiente no hubo casi tiempo de calentar las piernas.

 Un puertaco de montaña nos esperaba. Parecía que la subida no acababa nunca. Las rectas eran tan escasas como  nieve en una playa. Los camiones nos daban pistas de la dureza de la subida.  El olor a ferodo de freno y  a sucarrim lo impregnaba todo. En ese día se nos apagó la luz, en el final de la etapa tuvimos que pupilar. No pudimos llegar donde queríamos y nos atrapó la noche en medio de la nada.
Los siguientes días nos desviamos otra vez por carreteras secundarias  y la dureza del terreno nos volvía a castigar. Nos cruzamos con pueblos olvidados, en lugares perdidos con gentes de rasgos indígenas donde durante el día   van dejando pasar la vida, únicamente con la preocupación de  esperar  ver la oportunidad de contemplar un nuevo amanecer.  Este fue para mí,  el encanto de la ruta. Encontrarse con pueblos anclados en el pasado.  Con una mezcla de diferentes  culturas entremezcladas en aislados asentamientos.
 En la última etapa, el mapa tenía razón, en letra pequeña nos indicaba dangerous stepts, pero como siempre la realidad supera la ficción. Rampas del 40 % hacían que el descenso fuera muy complicado. Los frenos eran incapaces de detener nuestro avance así que tuvimos que apearnos de la bicicleta y con mucha paciencia ir perdiendo altura arrastrando el hierro. Las pastillas de plástico se hacían  papilla con el acero de nuestras llantas y el ruido de la tensión de los  cables hacía prever lo peor.


Los dedos tensionados acababan agarrotados por el continuo esfuerzo y de vez en cuando la gravilla nos daba algún que otro susto.  Menos mal que  siempre  nos quedaba el último recurso, el freno  de nuestros pies. No puedo imaginarme el esfuerzo que supondría recorrer ese puerto en sentido contrario. No me cabe en la cabeza, pero seguro que debe ser un calvario os lo aseguro, nunca he visto rampas asfaltadas tan empinadas,... de locos.
Al fin, después de 14 días, dejábamos las montañas a nuestra espalda, llegábamos a Chian Rai donde cumplíamos los más de 1000 kilómetros de pedalada solidaria. El objetivo se había cumplido, gracias a las donaciones voluntarias de diferentes personas y asociaciones se había conseguido recaudar más de 1000 euros que servirán para hacer mejoras en las diferentes escuelas que gestiona la ONG y poder vestirlas con  sillas, mesas y material escolar.
Mi cuerpo pedía a gritos un descanso, llevaba tres meses con más de 4500 kilómetros  en clima tropical. Soportando sudores fríos,  perdiendo electrolitos, ahogándome en asmáticas respiraciones,  adelgazándome, quemándome con el sol, agarrotando las articulaciones y fortaleciendo mi mente.   Por otra parte, nos atrapó la navidad  de vuelta en Mae Sot.  Aquí no se celebran estas fiestas, así que uno no percibe si por el cielo  vuela un señor conduciendo un trineo  vestido con traje rojo. Sin regalos, sin la familia, sin luces de neón, compartimos los días de navidad envueltos con gentes que están lejos de sus hogares. Comimos  distintos alimentos de nacionalidades diferentes y acabamos tocados por los cambios repentinos de hábitos.  Sin pensarlo nos fuimos en busca de una confortable playa para intentar atrapar los sueños que aún están por venir. El lugar elegido fue la isla de Ko Chang. El sitio nos era conocido, pero esta vez  cambiamos de ubicación. Nuestra playa elegida fue Lonely Beach  situada en el extremo sur de la isla. El lugar en concreto se llamaba Siam Hut, apuntarlo, porque es un sitio muy recomendable sobre todo para do nohing. Los martes y viernes no espereis dormir antes de las 03.00 am.
Entre cigarrillos, drogas y copas de alcohol, en las sombras de una playa soñada. Entre bolsas de hielo y vasos de plástico, se suceden confesiones. Intimidades de verdades que se mantienen ocultas el resto del año. Silencios necesarios descargan ansiedades entre mezclas de música y ruidos. Nieblas de humos, tornan los ojos rojos. Con las pupilas punzantes, clavadas sueños flotantes y acompañado por amigos, se comparte todo. Las horas se hacen cortas , más bien fugaces. Sin darnos cuenta se ha cerrado un año más. Es momento para realizar conexiones telefónicas de 32 bits, que nos acercan a lejanas tierras. Luego, llega la hora en que los amigos se pierden los unos de los otros e inconscientemente se despistan. El grupo se ancla y disgrega en los alrededores de la pista de baile. Enterrados en el parapeto de las sombras de la noche, nadie ve la obviedad de las cosas. Pero por la mañana, con la cabeza algo aturdida, arropado y envuelto en tela mosquitera piensas .... Y ahora qué? Dime, como se puede olvidar algo que nunca pasó.

Empiezo un nuevo año en que no le pido nada, ni tampoco espero que suceda nada en especial. Como siempre, me conformo con lo que tengo. Ojalá pueda mantenerme, pescando ilusiones durante el resto de mi aventura. Sorteando las visicitudes e impregnándome de nuevas experiencias que me enriquezcan de pequeños conocimientos. Ahora, envuelto en la tranquilidad de una playa tropical, me planteo mi nueva ruta donde aparecen cambios importantes eligiendo caminos que en un principio quedaban olvidados por el aislamiento de otras rutas. Quemado el fin de año, recuerdo la diferencia respecto al año anterior donde la supervivencia castigó mi cuerpo sobreviviendo entre montañas, con migajas de comida que forzaron mi resistencia  adaptarse a las condiciones que debo afrontar. No tengo un recuerdo negativo, ni tampoco diré que sea ni peor ni mejor. Únicamente lo que pasó, sucedió en una fecha fácil de recordar,  creando una anécdota más, porque para el mundo desarrollado, en ese día reina la abundancia.