miércoles, 19 de diciembre de 2012

DE VUELTA.




Aun recuerdo ese momento cuando en dos segundos vi el sueño de mi vida, donde la muerte toma apariencia de precipicio. Un manillar descontrolado, guiado por unas ruedas sin dirección me empujaban al agujero. La noche no era mi aliada y los leves espasmos de las estrellas no podían guiar mis ojos. Mi cerebro no pudo captar lo sucedido, no entendía nada, pero el dolor me abrió mi mente. Gritos maldiciendo mi estupidez inundaron el silencio de la noche. Colgado por mi pierna derecha, estaba suspendido en el aire a punto de seguir el mismo camino de la motocicleta.
Todo queda a otro nivel, cuando te enfrentas a tu fin. Chutes de adrenalina impulsan los glóbulos a sentirte más vivo. Una euforia momentánea y ficticia te hace olvidar el dolor que paulatinamente se va enfriando,  el cual  en días posteriores te ira  recordando que estás vivo. La carne raspada por el asfalto cuece como si un alien  hubiera vertido un  poco de su sangre  en mi  piel. Los huesos amansados por el impacto, parecen olvidar su función. No consigo que mi cuerpo responda, mi cabeza ve unas sombras de helicópteros que van dando vueltas, hasta que unos franceses logran salvarme de caer en el precipicio del barranco.
Así  es como acabó mi último viaje, jugando sin tener una buena mano en el juego de la vida. Ahora comienza otra partida, con  nuevas cartas a repartir.



CHINA

La gran potencia, aparece como  una luz de  sombras  que van iluminándose en un gigante escenario donde ella pone las normas.  Lejos queda  de mí esa   imagen  que proyecta, allá en nuestro país, el pequeño comercio chino, donde todo parece fabricado para tener un solo uso. El potencial de este asiático país es gigantesco, todo está hecho a gran escala y da la impresión que el empuje de esta gente se nos va a comer si es que aun no lo ha hecho ya.


HONG KONG

El inicio de nuestro viaje comenzaba en esta gran urbe. El equipo A estaba formado por Varela, alias Almodóvar, el Tala, alias el Rompe cantos, J.Tomas, alias el  Enano, Jordi Cuní, alias Aprendiz a fotomatón y  el Xipi, alias el que no pierde nada.  Íbamos a dedicar todo este viaje  a la práctica de la escalada en diferentes ubicaciones del sur este de China.
Nada más desembarcar del aeropuerto pisamos una tierra inconexa, envuelta de mar. Conectada por largos  puentes volados en el vacío  mediante hilos de acero, donde  sus  sombras proyectan  el  miedo  a la altura. Al acercarte a la ciudad, te  va sorprendiendo el paisaje que forman  grandes edificios que parecen  jugar al  juego del mono poli.  El tablero de juego parece estar repleto de rascacielos  y a cada lanzamiento de dados, seguro que te toca caer en alguna casilla donde te espera la visión de un escaparate o la entrada de un centro comercial. Todo esta iluminado con  luz artificial, proyectando  el dorado brillo de famosas marcas comerciales que intentan crear en tu cerebro una imagen de lujo. Quieren  hacerte creer por unos momentos que eres  un ser superior o al menos diferente.

En poco rato ya estábamos adaptados a la ciudad, sus medios de transporte son eficaces y rápidamente te llevan al sitio deseado. Tuvimos la suerte de conocer a Tania, una  china, amiga de un amigo común,  J.Ferrer, la cual nos enseñó varias partes de la ciudad y nos hizo el planing de todas las combinaciones que teníamos que tomar para que nuestro viaje por el interior de China fuera más confortable. Esto fue fundamental ya que nos escribió todo el documento de forma bilingüe, en  ingles y chino mandarin …. allí estuvo la clave ya que la gente  del interior del país no tiene ni papa del idioma sajón.
Al segundo día en la ciudad, comenzamos a explorar uno de los sectores de escalada ubicado en la isla de Hong Kong. Su ubicación nos hacía perder más de una hora en superar un elevado desnivel mediante el remonte de unas escaleras mecánicas y su posterior aproximación entre vegetación y estrechos senderos.
 Encima de las paredes, los edificios no parecían tan  altos. Se semejaban  a  colmenas verticales donde se refugian sus habitantes y donde el metro cuadrado sale carísimo, basándose en el juego de la oferta y la demanda.
Esta ciudad me recuerda un poco a Andorra donde no se produce nada pero se vende de todo. El secreto está en la palabra  NO TAXES. Esto implica ahorrarse el 21 por ciento de impuestos en cualquier compra respecto donde yo habito. Así que es fácil caer en la tentación de comprar cualquier objeto.
 En el metro, en la calle, en los restaurantes parece  que una invasión  silenciosa  se ha apoderando  de los  sentidos de sus habitantes. Los dedos parecen hablar por sus bocas  utilizando el alfabeto que marcan las pantallas capacitivas de sus artilugios electrónicos.  Todo el día están con sus teléfonos móviles compitiendo por saber quien tiene una pantalla  más grande.

Aquí los taxis  son de color  rojo y  deambulan en medio de tranvías de dos pisos entre negocios de grandes marcas donde gentes hacen cola en sus aceras para adquirir ¡Arrival new collection!.
La ciudad parece un pequeño estado donde  las tiendas abandonan las calles y se instalan en las plantas de los grandes edificios debido al colapso del terreno. La suciedad parece haber desaparecido como por arte de magia. Calles limpias, sin residuos a la vista, todo impoluto. Únicamente  se ven en las calles, cajas  vacías  de cartón donde antaño albergaban multitud de productos ya vendidos.
La chinas suelen ser pequeñas, pero en las ciudades  quieren abandonar  momentáneamente esa condición y  se convierten en mujeres más altas por unos instantes, calzándose   unos tacones rompe huesos, intentando mantener el equilibrio de un paso harmónico, elegante pero  nada natural y muy incomodo.



YANGSHUO

La segunda destinación escogida fue la población de Yangsuho, pueblo ubicado al sur de Guilin, donde sus ríos y sus montañas  dan lugar a una imagen de postal. Paisaje salido de dibujos manga, donde   Arale y Son Goku han visitado en  alguna de sus aventuras, dichos parajes.
El lugar en principio prometía muchas expectativas que al final por mi parte no lograron cumplirse, debido a la masificación que reúne el lugar.
La belleza del paisaje queda un poco descompensada, debido a la gran cantidad de turistas chinos que invaden diariamente el lugar. Esta multitud de peregrinos trae consigo un mercado anexo de tiendas, locales comerciales, bares, gente que vende cualquier cosa, ensombreciendo un poco la magia del lugar.
Sonidos, voces inconexas llenas de tonos extraños, signos diferentes,  gestos  parecidos pero con significados diferentes. Así es como se nos aparece China una vez abandonada la ex colonia británica donde han quedado grabadas muchas costumbres occidentales.
Casualidades de la vida, hicieron que llegáramos el fin de semana en que había una compe de escalada. Los sectores estaban indicados con carteles y banderas que hacían que la aproximación a los  sectores fuera más cómoda. Lástima que el tiempo en los primeros días no fuera nuestro aliado.

Cada mañana al abandonar la ciudad para acércanos a las paredes, nos íbamos encontrando un paisaje mas rural, donde los campos  semidesnudos ya habían producido su última cosecha del año.  
En los sectores de escalada nos encontrábamos gente occidental y asiáticos practicando la escalada, así que a veces  teníamos que esperarnos  o cambiarnos de vía. Muchos de los sectores del lugar tenían vías tipo gorila. Cantos muy buenos, pero paredes desplomadas que exigían que los músculos estuvieran  preparados para poder afrontar el esfuerzo. Nosotros estábamos más acostumbrados a la placa, así que este tipo de escalada no nos era la más propicia.  En dichas vías necesitábamos ir practicando algunos descansos para poder relajar la tensión acumulada de nuestros músculos.
Varela, que arrastraba una contractura de hacía tiempo, se le  fue complicándose la cosa, hasta que un buen día su cuerpo quedó agarrotado. Tenía la espalda y  cuello enganchados, razón por la que tuvo que medicarse para apaciguar el dolor. La dueña del hostal le indicó un lugar, donde un medico  le aplicó las técnicas de curación locales. Agujas, calor, masajes y demás técnicas hicieron que por arte de magia, el dolor se  fuera atenuando y  todo volviera a ponerse en su sitio.

Mientras trepábamos y el sol nos iba avisando del tempo antes  de abandonar el sector. Luego nos dirigíamos a la carretera principal para intentar parar algún vehículo que nos  retornara a la ciudad.  La carretera tenía dos sectores  tipo queso gruyer. Multitud de agujeros con una profundidad considerable nos destrozaban el cuerpo. Sobre todo cuando nos montábamos en  vehículos de tres ruedas que carecían de una buena amortiguación.  Al llegar al hostal, una buena ducha nos relajaba y activaba nuestra circulación. Más tarde nos íbamos a cenar y podíamos ver  como se divertían los turistas chinos. Bares, con salas pequeñas de baile y con paredes de cristal a base de escaparate, ponían la música a todo trapo para lograr atraer a la clientela.  Al final siempre acabábamos fumando  junto a Jordi un cigarrillo, en el patio anexo de nuestras habitaciones, acompañado de un trago de vino tinto de la bota, recuerdo de Tenerife.





GETU. (Guiyang, Anshun)


 Camino hacia Getu, nos damos cuenta que muchas miradas errantes se fijan en nosotros. Ojos de sorpresa, ojos curiosos, investigan nuestros cuerpos, nuestra piel, nuestra ropa, nuestros redondos ojos. Somos diferentes en un lugar distinto donde es extraño  encajar las diferencias.
El valle del rio Getu, forma un lugar envuelto de montañas donde la morfología del terreno ha sido caprichosa, formando cuevas de gran belleza  de dimensiones inimaginables. La falta de conexión de estas gentes con el mundo occidental hace que la comunicación sea difícil debido al idioma pero su sonrisa en su rostro y su hospitalidad compensa todos los malentendidos e incomodidades que se puedan ocasionar.
El lugar, no tiene infraestructura turística ya que lo poco que se puede encontrar, no reúne muchas condiciones de higiene. Nuestra decisión al final fue la más adecuada. Nos integramos en la vida de una pareja de ancianos, los cuales nos cocinaban y atendían nuestras necesidades. La pareja regentaba un pequeño comercio, con cuatro cosas básicas. El hombre de la casa  nos hablaba en monosílabos. Bastaba solamente con decir un jaa o joo , y con esos dos tonos nos comunicábamos. Era simple pero muy eficaz y si no, tocaba practicar el idioma de los sordos, aunque aquí los gestos traen bastantes confusiones.
En la tienda, los dulces eran de falsete. Los caramelos debían ser light y los yogures tenían sabor a soja, menos mal que la coca cola podía enmascarar la ausencia de azucares que me pedían mis encías.
Las instalaciones del lugar eran mínimo de tres estrellas, cinco habitaciones a todo lujo, con 3 baños compartidos. Uno de ellos super lujoso, con el suelo con surco para que el agua circule y evacue. Ducha con agua a presión atmosférica. Altura del tubo unos tres metros y agua caliente en modo termostático, o sea,  si durante el día  sale el sol por la tarde habrá algo de suerte. Los otros dos lavabos estaban encima de la coralina del cerdo de engorde, anexado a la cocina y eran  de la marca kaka de luxe.

Fue casualidad pero coincidimos con un grupo de rusos, que estaban en el lugar para realizar unos saltos base desde diferentes localizaciones de las montañas más altas del valle. Ver como saltaban de lo alto de la cueva fue bonito, sobretodo el primer salto donde el piloto del paracas apuró  su abertura más que los demás.
En el mundo rural la vida no transcurre siguiendo las normas  inventadas por la  electricidad. Los   trenes, buses y  tranvías de la ciudad van desplazando a las gentes a sus puestos de trabajo. Ahora en el campo,  al despertarnos con el canto del gallo,  todo va a otra velocidad.  Esperamos a que las sombras  del fondo del valle sean desplazadas por el sol. Los rayos del astro comienzan a calentar el aire y las gentes comienzan a gestionar las tareas que precisan los cuidados de animales y plantas. Mientras, las gallinas, patos, gansos, vacas, cabras van encargándose de las tareas para limpiar el medio rural.


Los días fueren transcurriendo y nuestra constancia y dedicación comenzaron a dar resultados. Las largas sesiones pegados a las paredes hicieron que pudiéramos afrontar con garantías vías de  mayor dificultad.  La gran variedad de sectores deparaban tipos de roca diferente provocándonos  que cada día fuera diferente. Chorreras,  bavaresas, fisuras, desplomes, techos, pulish, gotas de agua, pianos, regletas iban moldeando nuestra técnica. El dolor no es gratuito y a base de esfuerzo,  los músculos, tendones y  articulaciones iban templándose  hasta que nos daban señales advirtiéndonos que  de vez en cuando debíamos descansar.
Nunca en mi vida había escalado tanto y  tan seguido. Eso, al final,  comenzó a dar resultados. Por fin conseguí encadenar dos 6c a vista y probar un 7ª de primero aunque en los pasos claves me faltó fuerza y bastante  fe. Pero eso era bueno, no me hacía nada meterle un tiento a grados superiores, tengo que decir que me sentía fuerte de brazos pero a veces estaba falto de motivación y algo cansado, no sé si era por la acumulación de fatiga o por el tipo de comida que ingeríamos  que parecía no aportar suficiente punch. A los demás miembros del equipo  les pasó lo mismo, el  entreno  dio resultados y todos se sintieron satisfechos viendo la mejoría que provoca la constancia.

Nuestro menú diario fue variado mientras estuvimos en Hong Kong y en Yangsuho, ya que la numerosa diversidad de restaurantes nos  ofrecía infinidad de platos. Pero todo cambió en Getu. Nuestro menú de desayuno y cena era el mismo. Un bol de fideos acompañados de diversos cuencos  de huevo, carne de cerdo,  brotes de soja, verduras, tofu, ajo y cebollino. La comida era buena y uno se acostumbra, pero el cuerpo nos  pedía un extra. Así que un día decidimos hacer una barbacoa. Para dicho acontecimiento compramos costillas de cerdo, setas, oreja de cerdo, huevos y patatas. Por la noche, cenamos  junto una pareja de escaladores franceses y la pareja de ancianos que regentaba el local. El menú consistió en  tortilla de patatas,  carne de porcino a la brasa, salteado de boletus y  oreja……. un verdadero manjar, todo esto regado con  cerveza de arroz y un licor que nos ofreció el hombre de los monosilabos.

De los tres lugares de China donde hemos escalado, sin dudarlo el mejor ha sido Getu. El lugar a parte de la variedad de sus sectores  tiene una ubicación aislada donde aprecias la   esencia de la China rural, donde su evolución nada tiene que ver con las grandes ciudades, donde la vida se mueve  cada vez más a nuestro modo mas occidental.

Una vez de vuelta en Hong Kong solo quedaba quemar los dos días antes de que el grupo se separara, yo me iría a Tailandia para hacer submarinismo y alguna sesión de playa mientras los demás volverían a Catalunya. Pero todo pudo cambiar por un embrujo salido de la melena de una filipina.
Era de noche y junto con los dos Jordis comenzamos a cenar. El lugar era el típico bar local, atiborrado de gente local,  con el suelo multicapa color roña. Techo de chapa reciclada, cocina a la vista, donde los woks  estaban que ardían y las multitudes de ollas sudaban vapores. El cocinero con el pecho descubierto se movía con un leve brillo en el rostro. La luz era amarillenta, dando un tipo de color a quemarropa que hace  que  todo parezca mugriento.  En el rincón del local, una pantalla de TV estaba emitiendo  en directo, carreras de caballos. Chinos, con sus boletos en mano descubren al acto que sus apuestas han quedado reducidas a simple papel. Sueños rotos  por medio cuerpo equino. Mientras, nosotros  comentamos todo lo que ha pasado en el viaje. La boca se seca y  comenzamos a hidratarnos con cervezas. El líquido comienza a deshinibirnos  y comenzamos a  encontrarnos a gustito, tanto es así que el bar se queda vacio. Solo queda el vigilante el cual no nos presta mucha atención ya que cada vez que se acerca parece que le acompaña un  suave perfume de marihuana en sus labios.

Un inciso….. en Getu la cerveza que bebíamos tenía solo 1,5 grados de alcohol y nos habituamos a ella, ingiriendo cada noche al menos un par de litros. Pero en Hong Kong, las botellas de 600cc ya no eran de 1,5 sino de 5,4 grados.  Eso fue un factor que mi cuerpo no estaba habituado. Al levantarme de la silla para ir al lavabo comencé  a experimentar que la fuerza de la gravedad venia de costado, sintiendo una fuerza centrifuga  que quería hacerme caer. Tuve que hacer  equilibrios, como  el mecanismo de una balanza. Mis ojos brillaban sin luz y me sentía tocado. Yo me quería ir a dormir para  dejar apaciguar mi cabeza, pero los dos Jordi  estaban animados y no me querían dejar marchar. Aquí  no tuve más remedio que  realizar la técnica del Xipi. Comencé a ingerir grandes cantidades de sándwich de atún en las puertas de los seven eleven,  a ver, si así  conseguía bajar la intensidad de la fuerza G.
Al final nos liamos, cruzamos la bahía  de Isla Victoria y nos pusimos en HK city. Al bajar del taxi, yo me quería morir. Remolinos y helicópteros unidos a mareos volteaban  en mi cabeza como los satélites a Saturno. Mientras, los Jordi se hicieron colegas de dos franceses que por la patilla nos invitaron a una botella Mackalagan de 12 años. Todo lo que pasó esa noche fue un poco surrealista, supongo que tal como íbamos, las cosas salen solas.  Mientras, yo me anclé en la farola del seven eleven comiendo sándwich y bebidas isotónicas hasta que  J.Tomas me llevó dentro de la disco. La música y algunas gotas del Mackalagan parecieron sentarme bien. La música era en directo y dos grupos filipinos tocaban temas a nivel profesional. Sin darme cuenta estaba bailando con una asiática pero me sentía fuera de lugar. Parecía como si mi alma no quisiera seguir a mi cuerpo, parecía encontrarme en otra dimensión.
Sin percatarme de nada, al cabo de varias horas, sin darme cuenta, estaba en el borde de una acera con la filipina. 
Estaba desubicado, intentando saber lo que pasaba. Mi sorpresa fue ver que eran las 7 de la mañana. Pequeños rayos de luz intentaban colarse entre los espacios de los rascacielos. Con algunos lapsos que no recuerdo muy bien, nos reímos y lo siguiente que recuerdo es que estaba subido al tranvía de dos pisos que circulaba por la Isla.  La morena me iba enseñando la ciudad dando precisas explicaciones. Me cogía de la mano y me protegía en los pasos de cebra de algún loco automóvil con prisas. Sin darme cuenta estábamos en uno de los embarcaderos, viendo la salida del sol y conversando de no sé qué. Parecía una escena sacada de la película los lunes al sol. Todo pasaba a cámara lenta, el metabolismo del alcohol mejoraba la fluidez de mi ingles pero el efecto hangover comenzaba a secarme la lengua y la piel… que os voy a contar. Al final y sin dar más datos de lo que paso después, llegué al hotel, a esos de la 13 o 14 horas. Tuve problemas para localizar la habitación, al final encontré nuestra humilde y estrecha morada donde Varela estaba en fase REM y J.Tomas estaba fase Toilet. Fue tocar las sabanas y las compuertas de mis ojos echaron el cierre. El día paso muy rápido pero todo parecía ir a cámara lenta, así es el efecto que produce el aturdimiento de los azucares alcohólanos. La mañana siguiente toco sesión de compras y el grupo se disolvió como una bomba de humo.  Ellos se iban de vuelta para Lleida y a mí me quedaban aun 12 días.  Mientras, yo había quedado con Lyn, así se llamaba la filipina, pero  tonto de mi, llegué tarde y creí confundirme de lugar. Me supo mal y maldecía mi equivocación pero no podía hacer nada, así que me subí al tranvía y me fui a otro lugar donde ella podía estar. No la encontré, así que tocaba esperarse hacia entrada la noche. Después de cenar, me dirigí hacia el local Amazonia y allí entre multitud de gente, la vi bailando. Juntos, disfrutamos del resto de la noche y parte del día siguiente hasta que los letreros luminosos del aeropuerto indicaban que tenía que embarcar rumbo a Bk. Así me despedí de ella, como la luz de una vela que intenta sobrevivir en su último aliento, robándole un poco más de tiempo mediante una sucesión de  espasmos del liquido elemento. Los días siguientes tocaba sesiones de playa, buceo y más, pero eso es otra historia que ahora no me apetece contar.


Arroz, soja
Te sin galletas
Bol y palillos
farolillos rojos
Pincel, tinta
sillas liliputienses
Gansos y patos
falsos dulces
Pólvora…… y  pim pam pum

domingo, 5 de agosto de 2012

Retorno obligado


Malos pensamientos rondaban por mi cabeza y resistían en esfumarse. Hacía días que  por la noche no me dejaban cerrar mis ojos. No era hasta que llegaba la frontera entre el día y la noche donde al fin conseguía liberarme y caer en un sueño que me aligeraba del sudor. Las decimas de fiebre se evaporaban, aliviándome del calor y durante  unas horas podía escapar de mis terrores, hasta que  volvía a despertarme con extraños pensamientos dentro del infierno. Un infierno  privado y solitario, pintado de colores como de  sabores amargos  con la falsa y   vaga  apariencia  que podía controlar su puerta de acceso.  Caía en un abismo cada vez más lejos de una salida, donde parece imposible retroceder al punto de partida. Quizás mi cuerpo, por instinto, había intuido la amenaza, pero mi ser no estaba  consciente del verdadero peligro que podía repercutir en mí. Fue la frustración la que  finalmente me empujó a  irme  del país, no podía soportar más la sensación de una incertidumbre que iba creciendo día a día. Me limitaba a seguir mis impulsos, aunque la bomba cada vez latía con menor fuerza y por mis arterias estaban fugándose esas pequeñas fuerzas que  mueven a uno hacer esos pequeños pasos del día a día.  Aparcado dejo, esas ideas de futuros planes que permanecerán en reposo hasta un incierto futuro.
Al final, llegó el día fatídico donde después de un combate entre tomas de decisiones, creí elegir la mejor opción que se me presentaba. Abandonaba el calor de una isla y retornaba a Barcelona en busca de un diagnostico a mi problema.
Mi cabeza se volvía loca, te piensas que no te pasará nunca, que no te puede pasar, que eres la única persona del mundo a quien ninguna de estas cosas no le sucederán nunca y entonces te comienzan a pasar una por una, sucediéndote todas, de la misma manera que le suceden a todo el mundo.

Pasé unas cuantas horas en el servicio de urgencias del Hospital Clinic de Barcelona, donde me dijeron que todas las pruebas que me habían realizado se encontraban con los parámetros normales, así que me derivaban para que visite las  consultas externas del mismo hospital al día siguiente. Abro los ojos y me veo sentado en una silla, esperando mi turno en la consulta de medicina tropical del Hospital Clinic de Barcelona. Esperando que se acaben  esos odiosos  tiempos muertos. Oliendo ese perfume antiséptico típico de todas esas instalaciones. Clavando mi mirada en los pacientes, me arrebata la  nostalgia de un breve pasado, interrumpido por algún factor  orgánico que provocaba   disfunciones en mi cuerpo.  Reposando,  mi imaginación intentaba inventarse los posibles diagnósticos que causaban mi enfermedad. Por mi cerebro, aparecían  unas figuras de  apariencia amorfa con formas  de gusano, las cuales parecían estar   ancladas en mi  tubo digestivo. Al rato, oigo por los altavoces, una voz  femenina nombrando mi nombre y un número de puerta. Me levanto y acompañado de mi madre entramos emocionados a la consulta.  Mi  ego, hacía rato que me engañaba,  pensando que los doctores adivinarían rápidamente las causas que me provocaban encontrarme en ese estado. La realidad, rápidamente  golpeo mi cabeza y descubrí que  mi médico no era el doctor house.  Su decisión dependía  de la interpretación de múltiples  resultados de diferentes  analíticas que aun  tenían que realizarme. Visité la sala de vampiros del hospital, donde  me succionaron el volumen de varios tubos de ensayo de mi querida hemoglobina.  No pude mirar, tengo un pequeño problema  con mi sangre.  Si veo mi rojo fluido, mi cerebro suele hacer un reset y  a veces me salta el diferencial o se me funden los plomos. También tuve que aportar muestras de heces, hacerme una ecografía y una prueba nuclear. Ahora sí,  disponían de gran cantidad de material para someterlos a todo tipo de test

Estuve más de un mes, esperando que me dieran un diagnostico. Mientras, tenia periodos de nauseas que me dejaban el cuerpo hecho papilla. A veces incluso estuve a punto de llegar al desmayo. Mi estado estaba decaído, me envolvía una sensación de  agotamiento. Había que vencer el largo tiempo de espera intentando matar los tiempos perdidos, pero no tenía fuerzas para nada. Entré en un círculo vicioso de elucubraciones extrañas, tan improbables, tan alejadas del realismo que te cuesta encuadrarlas en la objetividad. Por fin, llegó el día donde el doctor me diagnostico que tenía una bacteria, Helicobacter Piroly, la cual tenía que ser tratada con unas combinaciones de varios antibióticos. Estuve una semana dándole veneno al bicho. No sé que era peor si el remedio o la enfermedad,  porque dicha medicina me provocaba bastantes efectos secundarios, incrementando  las nauseas y los mareos. Pasaron los siete días de tratamiento y todo continuaba igual. No encontraba mejoría y las molestias en la zona abdominal derecha continuaban dándome el coñazo. Al final, descartado la presencia de algún tipo de organismo anómalo, descubrieron que el problema de todo residía en mi vesícula biliar. Esta, estaba medio llena de pequeñas piedras unidas a una especie de fango, siendo esto la causa de todas mis molestias. La solución planteada por los médicos fue clara, tenía que operarme y extirparme dicho órgano.
Todo este proceso acabó el 18 de mayo  cuando la doctora Canal me extirpó la vesícula mediante la técnica laparoscopía. Me hicieron tres cortes muy pequeños por donde introdujeron unos tubos articulados dentro de mi cuerpo con el fin de realizarme cirugía mutiladora. Todo el proceso siguió su curso  normal y poco a poco mi ánimo comenzó a reencontrase consigo  mismo.

Habían pasado 4 meses desde que me comencé a encontrarme enfermo. Mi cuerpo estaba debilitado y en mi cabeza reinaba un poco de confusión. En mi interior se  mezclaba una especie de debilidad que provocaba una gran  fatiga, a esto se le unía un  desanimo que me quitaba cualquier alegría. Todo esto hizo que el último tramo de mi viaje  se aplazara, mi estado físico no era el adecuado para poder afrontar con garantías la aventura de moverme por las duras condiciones de las montañas de China y las largas distancias entre las  estepas de Mongolia. Después de enfocar mi visión, el objetivo quedo más nítido y en mi clixe quedó exento de ruido, pudiendo encuadrar mi nueva etapa. Decidí volver a incorporarme al trabajo y dejar pendiente para un futuro, la realización de una parte de mis sueños. Solo me quedaba una cosa pendiente, tenía que intentar volver a rescatar mi  bicicleta.  Tenía que intentarlo, mi  compañera de viaje, que tanta compañía me había dado, había sido abandonada a su suerte junto sus respectivas alforjas. Compré un vuelo para Asia pero aquí no acababan los problemas. Cinco días antes de tomar el vuelo, mi madre sufría unos dolores en su cuerpo. La ingresaron en el hospital con un cuadro de dolor intestinal, fiebre y nauseas. Al final después de realizarse varias pruebas y pasar varios días, los doctores le diagnosticaron una  infección de intestinos unido a una pequeña inflamación de las paredes de la vesícula.  Por mi parte lo tuve claro desde el primer día, no soy médico ni pretendo dármelas de listo, pero los signos que presentaba mi madre coincidían con los que tuve cuando me encontraba indispuesto en un hostel en Luang Prabang, parecía que el cirulo se volviera a cerrar. Tuve que anular el vuelo y cambiar las fechas de mi salida. Mi madre estuvo dos semanas ingresada  hasta que le disminuyó la inflamación, así  que mi estancia  en tierras extranjeras solo sería de 10 días para rescatar lo que me encontrara.

Todo paso de manera lentísima, el cambio de mi vuelo implicaba infinitas horas de incomoda estancia en asientos de aeropuerto. Fatigado y pasado 3 días desde la toma del primer avión, llegué al lugar indicado. Tenía el cuerpo adolorido, la cabeza cansada, el estomago debilitado y el cuerpo mojado, pero cuando mis ojos vieron al fondo del pasillo  una silueta conocida, mi cuerpo segregó un chute de adrenalina  pura, sin un miligramo de corte. Ipsofacto las pupilas se dilataron convirtiendo mi visión en ojos de gato, mi corazón comenzó a expandirse queriendo salirse de la cárcel de sus costillas. La boca se me secó y comencé acercándome hasta que pude tocar a mi compañera con sus valiosas alforjas. Pequeñas cantidades de  electricidad recorrían mi cuerpo llegando a excitarme  prolongando  esa sensación de euforia.

Ahora  volveré a mi tierra, Lleida, donde el gran imperio del mal vuelve atacar. España visto la que está cayendo ya no será nunca más  esa nación GRANDE y LIBRE.  Ahora vuelve a su verdadera realidad  envuelta de incultura, miserias, oscuridades, vagos, paletos con vestidos de marca, políticos corruptos, donde las palabras están llenas de mentiras, donde se torturan animales para el entretenimiento de mentes retorcidas y viejas duquesas son la envidia de los que pasan hambre mientras hojean las páginas de revistas como  el Hola. No hay colmena en el mundo que aguante tantos zánganos, se impone una revisión general ya que el problema de nuestros dirigentes es que son  ciegos y no hay peores ciegos que los que no quieren ver. Aunque lo que más me hace hervir la sangre es lo ciega e inútil que se ha vuelto la justicia, esa dama ciega con una balanza desequilibrada hacia el lado equivocado, donde cuando  no se piden responsabilidades, el sistema, acaba desmoronándose. Parece que los jueces y fiscales se ríen de los pobres y débiles, así es como lo percibo  porque parece que los malos si son  ricos o tienen poderosas influencias se vuelven inmunes a los barrotes. A grandes males, grandes soluciones….tiene que  correr  la sangre así abrirán los ojos.
En cuanto al año que me quedaba de viaje lo pospongo hasta que me recupere, aunque harán falta unos cuantos años más para que la administración vuelva a concederme otra excedencia. Aprender a adaptarme es lo que he aprendido en este viaje. Quien se adapta a las nuevas condiciones siempre  es el que suele salirse  ganadordor. Ahora vendrá el un choque de trenes, volveré a una rutina mas sedentaria donde  si tengo un mal día siempre podré escoger y abrir la caja de mi baúl de recuerdos.

Eso iba a ser todo, pero todo pudo cambiar y torcerse en un segundo. Tres días antas de retornar a mi casa, hubo un problema. Rondaban las 12 de  la noche, la lluvia era intensa y mi motocicleta me llevaba por las rutas de una isla tailandesa. Fui un ignorante o simplemente un poco gilipollas, pero todo sucedió en menos de dos segundos. Después de una simple parada en un supermercado seven eleven, encendí mi motocicleta. La máquina de 125 cc se encabritó encarándose hacia un charco que desvió la trayectoria del ciclo, encarándose hacia un barranco. Mi cuerpo sobresaltado no pudo hacer nada, la moto se cayó en el barranco de 3 metros de desnivel y mi cuerpo se quedo sujeto en el aire. Solo me aguantaba por mi pierna derecha la cual se había enganchado a un pequeño pilón de hormigón. Me quedé medio inconsciente por la colisión, pero mis ojos solo enfocaban las rocas que había en el fondo.  No podía caerme, el impacto de mi cabeza contra las rocas no auguraba un buen futuro. Atrapado en el dolor y viendo la muerte en mis ojos, unos franceses me ayudaron a reincorporarme. Mi cuerpo y mi cabeza estaban como anestesiados, no comprendía que había pasado. Alguien había encendido alguna vela por mi, si no, no puedo explicarme como pude salvarme de dicha situación. Maldita motocicleta, parecía que el diablo se hubiera aliado con ella. 

jueves, 1 de marzo de 2012

LA HE PILLAOOOO.

ULTIMOS DIAS EN TAILAND  



Mi transito por Tailandia fue fugaz, ahora toca la hora de la verdad cuando surgirán multitud de problemas con el idioma, las costumbres y con otro abecedario imposible de entender, con largas  distancias que llevaran a escenarios aislados donde espero encontrarme cómodo. Atravesé unas pequeñas cumbres sin demasiadas pendientes, pero sin demasiado tráfico así que el pedaleo era muy cómodo. En los mercados nocturnos  de los pequeños pueblos tailandeses donde  me quedaba a cenar, la gente me miraba extrañada como  si hubieran visto un equilibrista borracho, deambulando por un complejo escenario sin red. Después de varios  días pasando por  pueblos con extraños nombres  Pong Chi, Phu Rua,Nam Som,  llegué finalmente a Nong Khai, ciudad fronteriza,  donde  paré un día  para ver un bello parque, lleno de esculturas gigantes de inspiración hinduista.  A la mañana siguiente volvía el trámite del sello y visado, típica rutina.
Entraba en la capital de Laos, en el mismo lugar donde hacía dos  meses había llegado con mi bicicleta. Antes de llegar al centro de la ciudad hice una parada en el consulado de China donde dejé allí mi pasaporte para que me estamparan la pegatina de la Visa. Por cierto las informaciones que tenía anteriormente de que te daban en Vientiane la Visa para 3 meses, no era cierto. La Visa era para  un solo mes, extensible a dos más. En la capital tuve que esperarme seis días, porque los del consulado tardan cuatro días para extenderte el visado y  en medio se me había colado  un fin de semana. No hubo más remedio   que  esperarse. Otra vez no me sucederá lo mismo, es preferible pagar más para que te la den en un día. Pagas casi el  doble pero te compensa,  sobre todo si  antes ya habías visitado la ciudad.

Abandoné la ciudad pasado los seis días, a eso de las 10 de la mañana después de recoger la Visa en la embajada China. La ruta era plana, no corría ni gota de aire y el sudor era la rutina en mi cuerpo. Al  sobrepasar los 80 km de ruta, la cosa cambiaba. Los pueblos, más bien aldeas, estaban aislados aunque la carretera pasara por  medio de ellos. La gente aferrada a sus antiguas costumbres, vivían la vida con la paciencia de  esclavos. Anclados en mosaicos de tradiciones  donde afrontan la  vida  mirándola a la cara, riéndose por cualquier cosa y transmitiendo esa felicidad en  su multitud de  pequeños gestos. Las tiendas donde me reponía, eran diminutos colmados donde tienen alimentos envasados, bebidas azucaradas, cerveza y toda clase de cosas deshidratadas. La gran maravilla, son los mercados locales donde campesinos y ganaderos ofrecen sus productos. Las reinas son las verduras teñidas de todos los colores posibles, muchas de ellas por cierto  desconocidas en occidente. Frutas tropicales dispuestas en grandes cantidades, colocadas en filas amontonadas formando pequeñas estructuras piramidales, llaman la atención por sus colores llamativos y gustos sorprendentes. Las carnes  ya son otra cosa, esperan a ser vendidas, reposando en la sombra, intentando ser atacadas por moscas que  en su vuelo  tienen que  esquivar  el viento generado por un ventilador o  la bolsa de plástico que va agitando  de vez en cuando la mano de la paciente carnicera.
En día y medio llegué a Vang Vieng donde todo estaba igual que hacía cinco años atrás. Turistas haciendo tubing, bares proyectando  series americanas en grandes pantallas y todo congregado en un par de calles. En la ciudad solo pasé una tarde. Hacía varios años que había visitado los alrededores así que  nada incitaba  a quedarme.
Dejé Vang Vieng con síntomas de haber pasado el carnaval, o al menos eso me pareció, al ver algún descantillado durmiendo con su amiga, la botella, junto con unos harapos de papel y cuatro telas estropeaas. Comenzaba la mañana tomándome una sopa junto a un abuelo fumándose su cigarrillo matutino. Con el cuerpo un poco más templado  comenzaba bien  la marcha, sobretodo porque el terreno era  plano. La temperatura era fresca y las piernas iban a tope hasta que fui encontrando varios ciclistas en dirección sur. Yo por mi parte hacia el  norte, como indica aguja de imán. Mientras iba encontrándome pueblecitos entre subiditas y repechones. La gente brutal y los niños al verme se ponían en línea extendiendo  sus brazos para que chocáramos  nuestras palmas. La carretera al final de etapa me guardaba una sorpresa, una subida de esas que nunca se acaban, a cada curva se veía la siguiente y nunca se intuía el fin. Por poco no llegué a Phou Khoun, me faltaron unos 10 kilómetros, pero el lugar  donde me detuve era precioso. Me faltaron esos minutos no perdidos, hablando con los ciclo turistas que  al final se convirtieron en horas. En lo alto de un mirador planté la tienda. En el lugar había un restaurante donde paraban los autobuses que conducen a los turistas por la Nacional 13.
Con que era la hora de atardecer no se veía a mucha gente y el restaurante cerró. Cené con los trabajadores del restaurante en el interior de la cocina, compartiendo la comida con conversaciones a medio entender. No me dejaron pagar nada,  y eso me  hacia sentir incomodo ya que tuvieron que cocinar varios platos porque de tan picante que pusieron, mi boca no  los podía comer. Solución, saqué mis trucos de magia y se fueron a dormir con una risa impregnada en sus rostros. La noche era fría, pero el cielo era perfecto. La luna estaba llena de fuerza y dibujaba una circunferencia perfecta. Mi frontal no  podía   hacerle sombra por lo que me dejaba guiar por sus reflejos. La putada era que toda la ropa de ruta estaba empapada en sudor y solo se me secó una pequeña parte. Por la mañana el lugar apareció lleno de niebla, aunque el viento rápido la acompañó a otro lugar. En pocos kilómetros hice una parada en el  pueblo para desayunar y aprovechar los primeros  rayos de sol para secar todo lo mojado. Allí fui conociendo ciclistas que iban en dirección contraria a la mía. Coleccioné varias tarjetas de personas que me pueden ser útiles en el país vecino. Después de la pausa, volví a los pedales. Una suave bajada me ponía los pelos verticales y al poco rato todo continuaba igual. Subidas y bajadas serpenteaban por el  montañoso paisaje.
Aquí me encontré otro cicloturista, con este fluía mejor el lenguaje. Era un bombero catalán de la brigada de Barcelona, con el que nos intercambiamos información y después de una larga pausa continuamos nuestros caminos. Iba venciendo desniveles en medio de la vegetación donde, de vez en cuando, aparecían esos poblados dispersos donde las casas estaban hechas con cañas de bambú. Las construcciones eran básicas y carecían de cualquier comodidad. La gente, muy humilde, iba saludándome e intentaba comunicarse con las carencias y dificultades de ambos interlocutores para entenderse. Cada casa estaba plagada de criaturas que rondaban por todos los caminos experimentando  el juego de la vida. Esa tarde llegué a un pueblo donde había un hostel, pero después de cenar planté mi tienda en el patio de la escuela. Al día siguiente comenzaba con una bajada larguísima, donde la bici se envalentaba con la inercia del  metal. Después en medio de infinitas subidas y cortas bajadas me quedaba poco para llegar a Luang Prabang. Mi Gps indicaba que los últimos kilómetros eran planos con un solo repecho a pocos kilómetros antes de la ciudad. Planeando siguiendo el sinuoso rio, comenzó a nublarse mi  visión. Paré, limpié mis gafas y continué ciclando. El sol pegaba fuerte y comencé a ver otra vez de manera borrosa. Algo pasaba, el problema no estaba en mis gafas. Paré a comprar agua y  viendo que me mareaba, puse sales minerales  en el transparente líquido  para compensar la pérdida de electrolitos. Bebí un litro y comencé a encontrarme mejor. Fui tirando pero entonces el repecho siguiente me sacó de mis casillas, tuve que parar un par de veces y tomar aire. Estaba en los extremos de algún  limite que había sobrepasado así que me tomé un M150 (bebida parecida al red bull).
También comí plátanos intentando compensar el potasio perdido. Estaba como un boxeador a un solo golpe antes de ser noqueado. No sé que me pasaba porque físicamente mis piernas iban sobradas pero no estaba pa ostias así que rápidamente cuando llegue a la ciudad  me agencie una habitación en una pensión. Después de ducharme noté que el sol me había dado en la cara pero era extraño que me provocara esa sensación que me rondaba por el cuerpo, porque hice varias paradas bebiendo las ricas bebidas azucaradas y me iba aplicando en mi piel crema solar. Con no mucha hambre, fui a comer y después me cobijé en mi cama a reparo del exceso de radiación. Por la noche cena de precaución, sopa de arroz y al sobre. Por cierto tenía algo de fiebre así que me tomé un paracetamol. Durante la noche tuve que hacer varios viajes al baño estilo turco. Al día siguiente   cambie de hospedaje, se avecinaban múltiples viajes al inodoro y no era situación de ir subiendo y bajando escaleras camino de dos baños compartidos que podían estar ocupados en el momento del  crucial del desagüe. Instalado en la nueva Guest house en una habitación con toilet inside comenzó mi diarrea, unida a sonidos de gases pestilentes. Después de ir haciendo viajes esta vez en un roca, me fui a comer suave. El resto del día estaba destrozado  estirado en la cama de la habitación. Al tercer día, por la mañana, parecía que me encontraba mejor así que tome arroz hervido y me atreví con una tortilla, …cagada.
Al cabo de un par de horas comenzaba mi pesadilla. Me desperté de la cama y la taza del inodoro no se despegó de mi culo durante varias horas. Me sabía de memoria los 5 pasos que había desde mi cama hasta la taza. A media tarde tuve los primeros calambres en los instentinos. Hubo un par que fueron tan fuertes que me caí al suelo de la habitación. El agudo y fuerte dolor me sorprendió. Mis músculos  se tensaron sin que yo lo autorizara, comencé a retorcerme y a encorvarme. Mi   espalda se curvó como la del gato preso de pánico ante la mirada de sabueso agresivo.  Me quedé paralizado esperando que volviera a tener el control sobre los músculos de mi cuerpo. Estaba tan enganchado que mi mandíbula apretaba con tal fuerza y de tal manera que no podía  ni gritar.  Los vómitos i nauseas comenzaron a superponerse con los movimientos abdominales. La  situación iba empeorando y por mi cabeza pasaba una horrible pesadilla.  Ya no me quedaba nada de nada en mi interior pero el cuerpo intentaba sacar algo. Cuando no pude más y viendo que la situación empeoraba, llamé a la compañía de asistencia  en viaje.  La atención telefónica al principio fue  bien, seguí sus instrucciones pero aquí no venia ni llamaba nadie, cuando volví a llamar me enviaron un  e mail  donde recibí información. El problema era que era imposible contactar con el corresponsal de la asistencia en Louang Phrabang. Cada vez estaba peor y decidí irme por mi cuenta al hospital, en tuk tuk, aquí en Laos no saben lo que es una ambulancia. Hecho un trapo, con el cuerpo hecho polvo, saliendo agua casi transparente por mi ano  y con sensación de mareo y ganas de vomitar, me voy  a las emergencias del hospital. Cuando llego y veo el lugar, rio pa no llorar. Mareado, caminando medio encorvado, deshidratado, a punto de que mi cerebro sufriera un crash, me vienen ganas de ir al baño, así que pregunto y me indican.

Mientras voy hacia el lugar indicado, veo como las paredes, pasillos, techos etc. están de ese color que solo lo poseen esas pinturas que llevan años allí, soportando el peso de varias  capas superpuestas de suciedad que van amontonándose al paso de los tiempos, como los antiguos bares de pueblo, donde antiguamente  solo se pasaba la escoba. Bueno, llego a los baños y otra sorpresa me esperaba  en los urinarios, los wáteres eran turcos. Hasta aquí pensareis que mierda  de sorpresa, pero es que lo que no he dicho es que no había ni puerta, ni muro, ni separador ni nade naaaa, era como un loft. Por mi parte sabia que en China  los lavabos van de ese palo, pero me sorprendió verlo en Laos, era mi primera vez. En posición medio arrodillado me pongo a vaciar lo que puedo, mientras a mi lao hay otro tipo igual que yo, enfrente tengo a dos jóvenes meando y uno peinándose en el espejo.  Salgo ya cagao  del baño y voy a preguntar dónde está el doctor. Un hombre con algo parecido a una bata se me acerca y  le  explico los síntomas que presento. Luego hace que siga a una  enfermera que me pone en un cuarto, me toma la presión y la temperatura. Al estirarme en la camilla comienzo a encontrarme mejor y pienso…  en mal lugar he ido a parar. Al cabo de unos minutos viene una doctora que le repito mis síntomas, me ausculta y examina. La doctora me indica que había de tomarme antibiótico, agua con suero oral, unos sobres para el mal abdominal y unas pastillas para los calambres. Diagnostico gastroenteritis.

 La Sra  Me da la opción de quedarme en el hospital o irme al hostel. Visto lo visto preferí irme al hostel aunque iba arrastrándome como una colilla  medio consumida. Antes tuve que pasar por caja y por la farmacia del hospital a comprar la medicina, menos el antibiótico ya que poseía unas cuantas dosis en mis alforjas.
Tuve que retornar al hostel sentado en el asiento de una moto de un joven que quiso ganarse dos dólares para hacer los 4 kilómetros que había hasta mi albergue. Porque allí no había ni tuc tuc, ni taxis, ni na de na, es lo que tienen los países del tercer mundo, es otro mundo, válgame la redundancia. Por cierto todo esto a oscuras, rodaban las 20:00 horas y por aquí  hacía rato que había las penumbras de la noche. El chaval alucinó,  me arrapaba con mis manos a su cintura y espalda para no caerme, debía pensar que era maricón, pero estaba tan  débil que no tenia opción quería agarrarme donde fuera por si me desvanecía. Al llegar al hostel me tomé la medicación y como mano de santo noté una mejoría nada más tomarlo. Supongo que fue sobretodo porque el paracetamol me quitó la fiebre.

Al día siguiente, por la mañana notaba como volvían algunos síntomas de malestar, fue entonces cuando me di cuenta que era la hora de volver a tomarme la dosis de medicamentos. Esa misma mañana recibí una llamada de la aseguradora informándome del procedimiento  para reembolsarme el coste que había pagado por la intervención. También se puso en contacto con migo el corresponsal de la ciudad que tiene la compañía y vino a verme al hostal. Los días siguientes los pasé recuperándome tumbado en la cama.S


Siempre me he guiado por mis sensaciones y ahora mismo no es que sean muy optimistas. Llevo 13 días tomando antibióticos para acabar con lo que los médicos me diagnosticaron como gastroenteritis.  Esos medicamentos me pararon la diarrea ipso facto, pero por lo demás todo continua igual. Mi cuerpo cada día se va debilitando mas, mi barriga presenta movimientos extraños provocándome una sensación de incomodidad. Como únicamente sopas de arroz con pollo y a veces me he de forzar. Bebo agua de coco y como varios tipos de fruta. Mis heces son blandas y tienen un color amarillo limón. A veces tengo nauseas aunque no llego a vomitar. No salgo mucho del cobijo de m habitación porque si me muevo, noto que me faltan fuerzas. En algunos momentos he tenido algo de fiebre pero más bien escasa. Ayer el corresponsal de la agencia de seguros en Luan Prabang me llevo a un segundo medico para tener una segunda opinión, pero me dijo que continuara igual. Mis sensaciones con el médico no fueron buenas. Aunque me hizo un examen de mi sangre, que por cierto estuvo hecho en 5 minutos, no me aporto nada. Únicamente dijo que mi sangre no estaba infectada y que continuara igual hasta que  se me acabaran las pastillas que llevaba, me quedaban solo 4. No sé, pero si hubiera visto por parte del médico detalles de profesionalidad para descartar posibles causas de mi malestar, como analizar mis heces o hacer algún cultivo con mi sangre, hacerme preguntas más concretas etc.. Pero claro, esto es mi opinión y estoy en Laos, uno de los 100 países más pobres del mundo, no le puedo pedir peras al olmo. También le comente si podría tener algún parasito o algún tipo de bacteria, pero la contestación fue un rotundo

No basándose en esa analítica hecha ipso facto. Yo no soy médico y no suelo visitarlos mucho ya que rara vez caigo enfermo, pero si por alguna razón he necesitado de su ayuda, siempre he observado cómo se basan en el análisis acurados para ir descartando posibles causas. Por mi parte se me acaba el Visado de Laos la semana que viene y no creo que el uso del Ciprofloxacin 500, acabe con lo que se me ha introducido en mi ya que sistema digestivo, visto lo ya que durante estos 13 días no he visto ninguna evolución. No quiero tomar una decisión condicionada por lo que me está pasando e intento ser lo más objetivo posible, pero si viendo los medios sanitarios que disponen en laos y sobretodo observando la NO EVOLUCION de mi problema no es grato ser optimista. Mi cabeza, como mi cuerpo están en caída libre y ls engranajes parecen atrofiarse cuando el cuerpo, escaso de fuerzas no quiere moverse. Uno entra en una rutina desesperante donde únicamente debes dejar pasar el tiempo esperando intuir algún síntoma de mejora. La agonía de estar tumbado en el  colchón con la cabeza mirando el techo de la habitación, a veces funcionando y otras no, juega un pulso con la mente intentando autosugestionarse para acortar lo largo que se pueden hacer los minutos. Ahora entiendo un poco más el concepto del símbolo . Al final después de estar discutiendo con los gestores telefónicos de la compañía de seguros me trasladaron a Bangkok para que me hicieran las analíticas correspondientes. En el hospital decidieron hospitalizarme y rápidamente me pusieron suero vía intravenosa. Como el cuchillo a la cuchara, así era la diferencia entre los hospitales de Laos con los de Tailandia. En el país pobre, la suciedad se podía recoger con cuchara mientras que en el de su país vecino, ni el cuchillo podía rascar una pizca de suciedad del inmaculado centro hospitalario. El trato sanitario en Tailandia fue exquisito y después de un día y medio hospitalizado me dieron el alta. Aunque parecía que estaba bien, me encontraba flojísimo así que decidí quedarme una semana más en Tailandia para comer proteína y acabar mi recuperación. El sitio elegido fue una bonita playa.. 
En estados febriles, cuando tu cuerpo está debilitado por diferentes causas, la soledad acentúa tu incertidumbre. Tu razonamiento se vuelve inmaduro, condicionando tus decisiones. Tu procesador instalado en el cerebro se sobrecalienta analizando incorrectamente los inputs recibidos terminando ofuscando la verdad más objetiva. Soñando temáticas extrañas repetidamente que nublen mis sueños. Las sabanas y cojines se tornan amarillos por las gotas atrapadas en el transparente algodón. Por la mañana tocaba ventilar la habitación de ese olor rancio. Únicamente las largas duchas, junto a los aromas de los geles de baño, me daban momentos placenteros. Las sensaciones percibidas por mi olfato me transportaban en medio de campos de azules lavandas.


viernes, 3 de febrero de 2012

DESCANSO


El cuerpo sabio él, se acomodaba  y encajaba fácilmente en  los cojines del chiringuito de playa. La brisa marina, peinaba  nuestra piel y la sal del mar parecía azucarada. Tumbados en el cobijo de las sombras, arropados en cojines triangulares donde reposaban  nuestras cabezas,  pasaban los días  sin ninguna prisa. Caminando descalzos por arena mojada, sin  inquietarnos por el silencio de la  calma del vaivén de las olas. Nos emborrachábamos  con  zumos  de vitaminas, nos arrugábamos en agua salada y de vez en cuando  algún que otro masaje nos activaba la circulación. Dormíamos en cabañas de bambú, envueltos de una red blanca, donde bailaban los mosquitos. Por la noche envueltos en un pesebre  nos acompañaban  tres bueyes con  traje blanco.  Otra tela de araña me había atrapado en un lugar especial. Una bandera más clavada en el mapa de mi cabeza, de  fácil recuerdo y con billete de regreso.

El ultimo día en la isla, nos fuimos conduciendo unas  motos que parecían de juguete. Recorrimos la parte este de la isla  y descubrimos rincones olvidados entre cruces de palmeras y  aguas turquesas. Parecía que la isla tenía una cara oculta. Desaparecían los complejos turísticos y el lugar se mostraba más salvaje. Únicamente encontrábamos algunas motos aparcadas en las orillas de   playas desiertas. Otra bandera queda pendiente para clavarla en  una futura ocasión. Playas tranquilas, con blanca  arena, fina no, finísima. Sin las dichosas aglomeraciones, donde únicamente la escasa comodidad se ve compensada con creces, por el maravilloso paisaje.  Vimos pequeños amarraderos donde ya no faena  ningún barco. Antiguos bungalós de aspecto salvaje, camuflados entre la vegetación, invitaban a quedarse en su sombría estancia. Techos de paja, paredes de caña, sillas de bambú y restos traídos por el mar,   convertían el lugar en la  nueva casa de Robinson Crusoe.

Mi madre, hacia un mes que me había enviado un paquete a casa de Ant, donde había unas sorpresas. Embutidos y dulces acaparaban todo el espacio del paquete junto a una felicitación de navidad. Que placer fue el hecho de poder degustar embutidos de nuestras lejanas tierras y apreciar el sabor azucarado del turrón.  Aunque el rey de la mesa, amo y señor, fue sin duda el sr jamón seguido por sus amantes,  los señores chorizos acompañados de sus fieles  salchichones. Qué bien se degusta la grasa cuando tienes carencia  de tejido adiposo. Las betas blancas del preciado manjar  no tenían tiempo de fundirse en medio de las papilas gustativas, que absorbían todos esos  sabores, ricos en matices que evocaban  esa pequeña  acidez, recuerdos  a bellota reposada en sombría dehesa.

Al final, después de unos cuantos días de playa, abandonamos la tranquilidad y llegamos al bullicio de la capital. Bangkok nos esperaba con su acostumbrada estampa. Era temporada alta y el barrio estaba lleno. Cada día, por la mañana me escapaba del tumulto de turistas de Kao San Road  y me dirigía a redescubrir rincones ocultos de la ciudad. Pasaba el tiempo rebuscando como un indigente, dedicándome a  investigar entre infinitas callejuelas para encontrar cualquier objeto que me atrapara  en su atención. Mientras, Jordi y Nuria,  se aposentaron en  hoteles más decentes.  Mi economía, castigada por el ajetreado ritmo de los últimos días me invitaba a hospedarme en estancias más humildes.
 Muchos contrastes venían a mi cabeza, abandonada la playa, la ciudad se mostraba envuelta de oscuros abismos, con sabores amargos, humos lacrimógenos y olores a submundos de alcantarilla. Aceras donde no nacen las  flores. Paredes provisionales, construidas con arena de playa introducida en sacos. Muros transitorios con huellas de marcas, indicando el nivel del agua  de pasadas inundaciones.  En el cielo, ya no brillaban las estrellas, apagadas por el reflejo de edificios devorando la oscuridad. Sudores fríos en la  noche, me aliviaban junto con tragos cortos, acompañados por la ley seca del Sr Jack Daniels. Las tres hélices del ventilador anclado en el techo de la habitación, movían mi sombra y aportaban aire fresco a mi ratonera. Así, el leve frescor, evitaba encontrarme con el olor de fregona sucia de  suelo de bar.  Una mañana me dirigí  hacía la embajada China para obtener información acerca del visado y del tiempo que podría permanecer en el país, pero únicamente obtuve un par de formularios para rellenar. Todo lo demás fue imposible, una máquina lo dirigía todo. El tiempo se acaba para todos, así que, sin darnos cuenta, nos despedimos de Nuria,  la Berenjena.  Acabó sus últimas horas luchando contra el regateo de  precios sin etiquetar, donde  al final, ambas partes se creen ganadoras. Pero  antes, nos habíamos reencontrado con Jordi y Mar que se disponían a realizar sus vacaciones  acompañándonos en  algunos de sus días.
Adiós Nuria, hasta la próxima. Has demostrado con creces que eres una todo terreno y que te adaptas a cualquier situación. Ahora que te has ido, notaré a faltar esas galletas o cualquier tipo de dulce que por arte de magia aparecían de tus bolsillos sin fondo, cuando cansados por el pedaleo, no nos quedaba nada que llevarnos a nuestro vacio estomago.Por cierto, el último día en la capital tuve un pequeño percance con la policía, creando unos momentos de tensión que más vale olvidar. Se ve que querían cobrar un sobresueldo y no tuvieron suerte.


TOM SAI

Sin darnos cuenta un avión nos alejaba de la capital y nos dejaba en Krabi. De aquí nos dirigimos a la playa de Tom Sai donde se abría un mundo envuelto de paisajes hipnotizantes y ambiente acogedor. Era mi cuarta vez que pisaba la arena de esa playa. En el lugar se apreciaban pocos cambios, aunque cada vez se escucha más el castellano. Reducto de una aldea, aislada del mundo por medio de unas paredes que van moldeándose mediante el leve caer de finas gotas de agua.   Puliéndose en formas de columnas amorfas, donde algunas  ansían buscar el cielo y otras desean posarse en el suelo. Paredes de colores anaranjados con matices erosionados por el efecto del mar.  Cabañas camufladas, en medio de la selva, intentando ser ocultadas por el caer de gigantes hojas.  Ruidos extraños, pero no desconocidos, envuelven el entorno salvaje del lugar donde los tailandeses de etnia gitana han domesticado.  Diferentes especies de monos   surcan el aire moviéndose  ágilmente por encima de nuestras cabezas. Por la mañana, botes de popa larga, encienden sus motores  transportando personas y víveres, rompiendo el ruido del susurro hipnótico  del mar.
Al segundo día comenzamos a escalar y en el primer 6b, pegué mi primer vuelo. Mi cuerpo estaba desentrenado y tanto mis brazos como mi espalda notaban el sobreesfuerzo del avance vertical. Pequeñas agujas parecían clavarse en mis articulaciones y mi cuerpo se  adaptaba  a los movimientos, moldeándome  como la rigidez de un robot. Mis hombros  y articulaciones se encontraban  en ebullición y me costaba realizar algunos movimientos, pero gracias al masaje tailandés todo sufrió un pequeño alivio.
En un chambao de viejas maderas, rodeado por telas mosquiteras que hacen de paredes. Sin  luz, y con una brisa de aire procedente de un pequeño motor con hélices. Con olores a  menta y eucalipto. Rodeado de aceites de coco, donde unas manos arrugadas por el paso de los años, moldean la piel de los clientes. Tumbado en el suelo, encima de delgadas colchonetas, recibo los primeros acordes de tensión en mi castigado cuerpo. Estimulado por  puntos de presión, comienzo a retorcerme entre sensaciones contradictorias de dolor y placer. La masajista, una abuela de avanzada edad,  detecta rápidamente  los lugares más castigados y  untando en mi piel, crema de eucalipto, comienza a trabajar  esas zonas.  Sin darme cuenta, en un estado de consciencia  medio anestesiado, transcurre una hora que percibo como si hubieran pasado unos pocos segundos. Al incorporarme todo  sucede más despacio, mi alma parece quererse  quedar detrás de mi cuerpo. Mi cabeza comienza a dar vueltas y es entonces cuando  la abuela con un susurro de suave voz  me dice y repite al oído, slowly, slowly.

Cada mañana, después de despertarme, me estiro en la pequeña terraza del bungaló. En esos silencios es  cuando  noto la paz que transmite el  aislamiento del lugar. En medio del bosque, veo el vuelo imposible del colibrí, haciendo malabarismos  jugando con sus minúsculas alas. En completo silencio, con su pequeña envergadura,  va introduciendo su pico curvado  en  el hueco de la roja flor del platanero. Con rápidos movimientos va introduciendo la cabeza, en busca del delicioso néctar. Saciado y sobrado de vitalidad, vuelve a emprender el vuelo en busca de otra flor, hasta que después de varias  mañanas  descubro que la flor ya fecundada, se cierra con sus sépalos protegiendo  su  preciada corona de todo nuevo intruso, impidiendo  poder  ver el vuelo del pequeño equilibrista.
Otra cosa que siempre me sorprende es el movimiento del mar. Parece que juegue al escondite con la arena de la playa. La línea de la costa tiene dos caras que perfila la marea. Nunca acabo de acostumbrarme a la sorpresa que produce ver en mí, como desaparece el mar y se aleja varias decenas de metros  de la línea de playa, dejando desnudo pequeños trozos de suelo marino. El ciclo de la luna, atrae y repele como fuerza de imán, el salado fluido hacia lugares más lejanos provocando instantes de sorpresa y gran belleza. Los días pasaron escalando y descansando sin darse uno cuenta. Tom Sai tiene esa facilidad de devorar el tiempo sin apreciar el fugaz paso de los días. Como en un reloj de arena, nunca sabrás el día en que te encuentras. Con suerte, podrás oír, el leve susurro del fino roce de los granos de arena producido por la lucha contra el  frenético paso  de  las manecillas del reloj.
En este viaje me estoy dando cuenta que las sensaciones que tengo al visitar un lugar ya conocido van cambiando. Esas primeras sensaciones que aporta lo desconocido, la novedad, se viven   más intensamente, pudiéndose ser para bien o para mal. La cabeza moldeada por las vivencias, siempre se ve sorprendida ante todo aquello  inesperado. La mente  si no espera nada a cambio, tiende a  disfrutar más placenteramente la vivencia debido a que no se ha fabricado ningún tipo de expectativa sesgada por nosotros mismos. Así,  cada vez que retorno a sitios ya conocidos tengo que  replanteármelos y corregir mi valoración si esta ha sufrido algún cambio.  Por cierto, Tom  Sai la veo bastante igual…..

El descanso llegaba a su fin y mis planes para obtener el visado de china han cambiado. En las Mama Kitchen, trabaja un argentino ciclo turista el cual me ha informado que en la embajada China de Vientiane te dan la visa para tres meses seguidos. Este dato ha hecho replantearme la situación, así que mis días en Tailandia tocan a un pronto final.
Abandonamos el encanto de Tom Sai, aunque esta vez nos fuimos cada uno de manera diferente. Habíamos quedado en Mae Sot, para recoger las bicicletas y para  ayudar a Varela en la realización de una filmación que tendrá como objetivo futuro, concienciar a los niños españoles y servir de ayuda a la  ONG Colabora Birmania. Jordi y yo llegamos un par de días antes al recinto donde se ubicaba la escuela. Las instalaciones eran precarias, sobretodo los baños, pero nos sentíamos cómodos  durmiendo en el suelo de las cabañas de bambú. Los niños, al vernos se mostraban tímidos y cautos ante el par de desconocidos. Poco a poco iban soltándonos algunas sonrisas y poco a poco, aparecían por arte de magia algún que otro gesto de complicidad espontanea. En cuanto al proceso de filmación, todo se complicaba. Demasiados inputs se mezclaban en tan poco tiempo. Elegir a los protagonistas, tomar planos  exteriores, adaptar el guion, planear las tomas, controlar a los niños, hacer entender la idea a los profesores y  a todo esto se le unía un factor crucial. Varela se tenía que familiarizar con los nuevos accesorios tecnológicos y controlar un gran número de factores asociados a la cámara. Todo era muy complicado, menos mal que el tercer día tuvimos la ayuda de la  Mar y  Jordi. Todo sufrió un repentino cambio y la cosa fue a mejor. Por una parte, Mar se caramelo a las niñas que eran más cautas a nuestra presencia y Jordi con su nivelazo de ingles facilitó muchísimo el tránsito de información entre los profesores y Míster Yes  o Míster Help me, please. La cosa fue cogiendo forma y se crearon buenas sensaciones formándonos gratas expectativas respecto al futuro trabajo final.

Atrapado por un viaje sin fin. Acogido en una escuela sin nombre, km42. Ayudando a viejos amigos, donde próximamente los abandonaré para continuar mi camino. Con ilusiones renovadas, cargado de nuevas energías tras el parón necesario, afronto nuevos retos difíciles de realizar. Nuevas expectativas abordan mi cabeza, aunque será el tiempo el que irá marcando el éxito o fracaso. Observando el cielo, imagino el reflejo de los ojos de los pequeños enanos, cuando cautivos en sus silencios observan fijamente puntos de luz. Espero  atrapar el encanto de ver crecer una chispa de vida donde cada nuevo  día es un nuevo reto plagado por multitud de cambios. Espero que las risas de esos niños infundan nuevas ilusiones creando paisajes en sueños de felicidad  quedándome  atrapado en esa otra dimensión que tiene la imaginación.
Por mi parte añoraré esos pequeños abrazos, esas miradas sin complejos, esas  luchas por  trepar sobre mis hombros, esos gestos de sorpresa,  esas  mejillas con pinceladas de tanaca, ese lenguaje no comprendido, esa agilidad de plastilina, esos pies desnudos con su  base endurecida, esos lazos de amistad y como no, esos gritos que salían del fondo de esas  pequeñas cavidades pulmonares, cuando utilizaban el método de repetición para aprender la lección. Aun recuerdo cuando sosteniendo en mis brazos esas pequeñas criaturas, estas   se dedicaban a experimentar e investigar con su tacto,  el relieve de mis pecas, la suavidad de mis pelos, la rugosidad de mis verrugas y el brillo de mis  puntos esmeraldas.
Después de todo este tiempo en el que he estado acompañado tocaba despedirse y separase para que cada uno siguiera su camino. Así que rondaban las 08 de la mañana cuando en la estación de autobuses de Mae Sot nos decíamos Adiós. Un autocar que se  dirigía hacia Bangkok, cargaba a  los dos Jordis y a Mar hacia sus próximos destinos. Por mi parte tomé un bus que me  llevaría hacia  Lam Sok i desde aquí subido a   mi btt  tomaría el camino del norte que me llevaría hasta Vientan, paso previo a la entrada en China.