jueves, 24 de noviembre de 2011

Quedate en mi, LAO

Al cabo de tres días por mi paso fugaz en Tailandia, estaba repitiendo la misma rutina fronteriza. Visado con una nueva pegatina y su posterior sellado. Entraba a Laos con antiguos recuerdos de mi antigua estancia en años pasados, cuando todo se improvisaba al lado de unas  cervezas Laos de 640 cc.
Me dirigí hacia Pakse ciudad situada a 45 km al este de la frontera. La ciudad tenía una zona donde se aglutinaban los hospedajes y restaurantes. Escogí el sitio adecuado y me dediqué alimentarme, beber Lao Beer y disfrutar después de cada comida de un café expreso acompañado de su correspondiente cigarrillo, todo un lujo. En este sitio se observa multitud de mochileros  que se dirigen hacia las 4000 islas o hacen una parada para ver el altiplano del Bolaven, mientras continúan su camino hacia el norte. Fui conociendo gente de paso mientras comía en el restaurante, dos neozelandesas, una pareja de catalanes, un japo. Al cuarto día me dirigí hacia Champasak lugar donde hay unas antiguas construcciones de un pasado de perdidas civilizaciones. El camino, pasaba paralelo al rio Mekong y podía ver cómo era  tiempo de cosecha. Los colores de  tonos verdes ahora estaban en decadencia. Las plantas de arroz  estaban secándose. El amarillo tomaba el relevo y marcaba la nueva tendencia. Los sombreros en forma cónica, hechos de fibras vegetales, coronan las cabezas de los campesinos que iban cortando las plantas de arroz con sus pequeñas hoces. Todo el mundo colaboraba en dichas tareas y se mezclaban varias generaciones en los diferentes trabajos del campo.  Cada uno ayudaba de forma diferente en función de la edad, fuerza  y estado de salud.
Llevaba pocos días en Laos pero ya me encontraba como en casa. Es fácil adaptarse a este terreno aunque el tiempo continúa igual de caluroso. Parece que mi cuerpo ya se ha adaptado al pedaleo después de tres meses  de parón y el sudor ahora se sobrelleva mejor. En Champasak me encontré con una pareja de franceses que viajaban en bicicleta durante un año, pero acababan su aventura el próximo diciembre en Tailandia. Estuve con ellos contando batallitas de viaje y las dos partes obtuvimos información importante para nuevas etapas. Un dato muy valioso que me dieron, fue la pagina web  http://www.warmshowers.org/ , donde ciclistas de todo el mundo acogen a otros ciclistas cuando estos están en ruta.   Mi camino continuó dirección sur, hacia las 4000 islas. La etapa fue larga, unos 120 kilómetros  donde tuve que atravesar el mismo día, un par de veces el rio Mekong, primero en  Champasak y luego en el amarradero de   Ban Nakasang,  que es el que está situado  más al sur. Aquí  una barca de proa larga te acerca a  Don Khon, una de las islas más pequeñas y  tranquilas  del conjunto.

Por la mañana siguiente me fui a dar un paseo por los alrededores de la isla. La gente hacía rato que estaba en los campos y los niños se dirigían hacia las escuelas. Los búfalos de agua se aprovechan. Ahora, tienen permiso para estar en medio de los arrozales. Las plantas de arroz,   desprovistas del grano, son pasto para el ganado. Los animales están atados con  delgadas cuerdas a unas frágiles estacas. Estos van describiendo círculos  concéntricos donde al cabo de poco tiempo la vegetación queda rasurada a nivel de  la altura de sus dientes. La vida en estas islas es muy relajante. La pesca, la agricultura junto al ganado y el turismo  les aporta todo lo necesario para tener una vida tranquila y sosegada. Por esta zona se pueden visualizar los delfines de agua dulce, pero al final no me decidí a ir con  barca. Quizás fuera que cuando llegué al amarradero, vi el sitio muy turístico. Pero por otra parte, ahora estamos a final de época de lluvias y las guías indican que la  mejor época para poder verlos es en pleno estiaje. Por cierto no me acordaba pero   las aguas del rio no es que sean muy cristalinas. Todos esos  sedimentos que arrastra el Mekong hacen que el color de sus aguas sea de unos tonos marrones chocolate  que no me incitan  para nada a darme un baño en cualquiera  de sus orillas.
Ahora, cuando  estoy en ruta, voy escuchando música  de nuevos artistas que me van emocionando. Entonces  aumento el volumen y  al escuchar dichas melodías, en mi piel aparecen miles de pequeñas montañas. Recomiendo  escuchar el  disco El hombre bolígrafo del grupo  de BaraKaldo Grises,  Historias para no romperse del grupo barcelonés Cyan o el grupo Neuman con su disco  The family plot. En lengua extranjera el disco  Wolfgang Amadeus del grupo Phoneix  acapara mi atención. Lástima, que tanto escucharlos los voy a quemar demasiado rápido. Menos mal que siempre me quedarán las letras del último disco de Manolo García. Parece mentira, pero la ruta parece que se hace más corta cuando uno escucha  rítmicas melodías. Al paso de tres días en las islas, me volví a Pakse, repitiendo la ruta 13 pero en sentido contrario. La etapa consistió en 144 kilómetros que me dejaron algo fundido. Por la noche, cenando, conocí a una pareja de catalanes que venían del norte y una pareja de navarros que iban en bicicleta. Los ciclistas estaban en el mismo lugar donde yo me hospedaba, así que nos hicimos rehenes de nuestras vivencias. Puede que nos volvamos a ver por fin de año, pero eso está por ver, el tiempo  lo dirá. Por cierto espero que se les haga hecho el callo y no sufran con sus bicis violadoras.

Laos, rodeado en medio de grandes países como Tailandia, China, Vietnam entre otros, se mantiene en la cuerda floja intentando hacer equilibrios. Un país donde reina la pobreza, se abre al desarrollo a base de nuevos colonizadores. En un principio me costaba verlos, pero un ejército pacífico de Chinos, Tailandeses y Vietnamitas se  van apropiando de manera sigilosa de  los negocios más rentables del país renegando así a las venideras generaciones  de jóvenes locales. El carácter  Laosiano,  tan  conformistas, pasivos,  tranquilos,  como agradables pone las cosas fáciles a sus competidores. Sus gentes  son de porte  delgado, con ojos estirados sin votox, con sonrisas sin mentiras, con trenzas sin postizos, con ropa sin marcas, con los pies desnudos, con las manos limpias y la conciencia tranquila.
 Abandoné  Pakse y me dirigí  hacía el altiplano del Bolaven. Esta zona es el lugar de Laos donde dicen se cultiva el mejor café del país. Durante  la salida de la ciudad y los siguientes 50 kilómetros no abandoné el plato pequeño. Solo durante dos veces pude poner el plato mediano, pero  fue solo  durante un fugaz replano. Iba haciendo  molinillo todo el tiempo. Parecía que mis piernas se parecieran a las del correcaminos. Tenía que vencer un desnivel aproximado  de 1500  metros. En ruta si la pendiente  es leve,  soy  incapaz de percibirla con claridad. Lo notaban mis piernas y estas intentaban engañar a mi cabeza. Derramando sudor y a paso de tortuga llegué a  Pakxong. Mientras circulaba por sus calles en busca de un lugar para hidratarme,  pasé por un local donde se realizaba una celebración.  Pregunté y me informaron que se trataba de  una boda.
Estacioné la bici y sonó la palabra “falang” que en el idioma laosiano significa extranjero. De repente todo el mundo comenzó a invitarme a cervezas.  Mi boca no daba abasto. La gente iba bien puesta. Los mayores descontrolaban a la manera Lao y los chicos aprovechando el estado de sus progenitores, abandonaban las coca colas por bebidas más divertidas. Así, que aquí acabé la etapa. Fue un cachondeo, todo el mundo iba con esa mirada entre risas.  Donde las pupilas quedan hechizadas distorsionando la realidad.  No paraban de darme cerveza y parecía que rehusar la  invitación fuera un desprecio. Entre trago  y trago, y  ante el empeño de los invitados  tuve que salir a bailar con la novia.  Fue todo un honor, aunque me fijé como las mujeres se reían. Al principio no lo pillé, no sabía si era por mis movimientos, pero claro sus ojos se iban a mis mallas. No estaban acostumbradas a ver hombres, apretados con vestiduras de  licra. Después del baile, me convertí en brujo, haciendo pases de magia, donde mayores y pequeños quedaron asombrados.

Por las mañanas sigo adelantándome al canto del gallo donde en cada amanecer hay un concierto.  La fuerza ensordecedora del canto del gallo en relación a su pulmón es un tema que requiere estudio. Después de escuchar la rutinaria diana, los monjes salen a pedir limosna. En fila india, descalzos, siguiendo su jerarquía y ataviados con sus túnicas naranjas van  recogiendo en sus cubilotes las donaciones de arroz, verduras, frutas. A cambio, recitan a sus donantes,  un especie de  bendiciones que no logro comprender.
Al día siguiente, a disfrutar. Tocaba bajada. Pero no ese tipo de bajada que se acaba a pocos minutos, no. Los kilómetros iban pasando, avanzando en medio de  suaves pendientes donde el desarrollo sacaba humo. En medio del altiplano aparecían cultivos de plantas de café, las cuales pertenecen a negocios extranjeros. Llegué hasta Saravan, población cercana a la frontera de Vietnam donde no hay nada que ver. La sorpresa fue la desaparición de la carretera. El asfalto parecía que tenía un virus.  Pasó a convertirse en camino de roja tierra, donde agujeros, polvo, arena y  piedras eran habituales. Que rabia me daba cada vez que pasaba algún coche. Con mi piel sudorosa me sentía como napolitana friéndose en sartén de teflón.

Sin prisas, con paso lento, me volví a encontrar con la Nacional 13. En un cruce de caminos, es fácil encontrar alojamiento, pero a veces las cosas se complican.  Voy a describir por encima el estado de las pensiones rurales, donde me alojo y no se ve a ningún turista. Sorprende la instalación eléctrica de última generación. Cuadro de mandos, fabricado en madera noble, ampliable hasta que se acabe la madera. Cable eléctrico visto, ducha con peligro de electroshock y enchufes que vomitan las clavillas. Las paredes tienen relieve, parece que la pintura  solo se haya dado una vez, en su inauguración. Ahhh!!! y solo una capa. Puertas descuadradas, que no cierran y las que cierran no llegan al suelo, con lo que, adelante bichos. Camas grandes, eso sí que lo tienen, les gusta estar anchos. El problema es que a veces mi espalda aprende braille con los muelles de los colchones.  Y yo durmiendo solo. Solo, pero que digo, como mínimo me acompañan cada día, tres o cuatro lagartos, enganchados con loctite a techos y paredes. A parte, un ejército de hormigas dibuja carreteras por  suelos y paredes. Los mosquitos como siempre tocando los huevos, las cucarachas jugando al escondite  y en las esquinas, las arañas son las reinas del mono poli, siempre les cae algo.
Otra vez rodando por la ruta 13 me volví a encontrar más ciclo turistas, una pareja de ingleses con los cuales estuve rodando un día hasta que me desvié hacia Savannatkhet. En este lugar había un consulado de Tailandia, así que me saqué la Visa que me permitiría estar dos meses en el país con opción de prorrogarlo  un mes más.  Que peso me saqué de encima. Resulta que si entras a Tailandia por medio terrestre, no necesitas visado, pero solo puedes permanecer 15 días y eso para un ciclista es como un suspiro. Os explico, en diciembre, junto Jordi y Nuria comenzaremos una pedalada solidaria a favor de los niños refugiados birmanos, en colaboración de la ONG Colabora Birmania. Después, el fin de año se presenta en alguna isla tailandesa y seguidamente estaré 10 días escalando en Tom Sai, para volver en enero a colaborar con la ONG. Así que conseguir el visado era tema crucial para olvidarme de burocráticos trámites.
Con la pegatina puesta en mi pasaporte, me dirigí hacía Thakhet donde volví a encontrarme con una pareja de ciclo turistas catalanes. Uno, era bombero del GRAE en la Seu d´Urgell y el otro era un hombre que parece ser, susurra a los caballos. Desde aquí, me dirigí hacer lo que se conoce como luping, que es lo mismo decir que te vas a dar una vuelta por las montañas.


 La experiencia fue bonita, pero bastante dura. Al principio  el paisaje es espectacular y de gran belleza. Las escarpadas montañas, superpuestas en diferentes capas, te transportan a un paisaje de dibujos estilo  Manga, parecidos a los de la serie Son Goku.  Siguiendo la carretera se encontraban numerosas cuevas que no visité. El asfalto se terminó en Nakai, pequeño pueblo donde comienza el camino de tierra. Por cierto antes de llegar a susodicha población hay una subida que casi me fulmina. La construcción de una presa ha modificado el paisaje y también la carretera. Pendientes del 21% o más, hace que  las motos parezcan que tosan y  se ahoguen en su propio humo. Aquí hice de Sancho Panza,  bajándome de mi burra y empujándola un buen rato y sin despistarse lo mínimo, si no la burra se iba pa atrás. Llegué a Thalang con sudor frio y medio mareado por agotamiento. Después de comer me sentí mejor, pero me costó más de una hora y media comerme un plato de arroz y beberme dos litros de agua.
La zona por donde me movía estaba rodeada de agua. La presa había inundado zonas donde antes habitaban sus moradores. Ahora, algunos pueblos se habían desplazado a zonas más altas, protegidos de la invasión de las aguas. La gente se dedicaba a pescar. Todo el mundo parecía  estar dedicado a dicha tarea. Los niños jugaban con sus cañas de pescar y los mayores se movían con sus botes en busca de una recompensa en sus redes. Por la noche, en el restaurante, los pescados me miraban con ojos de asfixia, con ojos que  anhelaban su pasado. Ansían  poder ver sus aguas  donde nunca más volverán a nadar. Mientras, el gato, se detiene en su camino, huele el aroma que transporta el aire.  Intuye la que se avecina. Pero  cerca,  vigilando, se encuentra el perro con ojos de gato. Esta vez no hay recompensa, ni riña, solo una desnuda raspa y  restos de una cabeza con unos ojos ahogados en el aire.


Aun me faltaba lo peor. Al salir de thalang en dirección hacia Laksao, el camino se volvía casi impracticable. Se  notaba que el camino estaba abandonado. No pasaba nadie. Las piedras cada vez más frecuentes,  ponían barreras a mis ruedas y los agujeros cada vez eran más peligrosos. Se tenía que ir con cuidado, para que la bicicleta no se rompiera en algún descuido o destrozara alguna cubierta con algún canto afilado. Las zonas inundadas aun tenían los portes  de sus troncos sin haber sido cortados.  Daba un aspecto un poco tétrico, pero el juego de luces, sombras y reflejos creaba un extraño contraste de contraluces en sus aguas. Así que estuve toda la mañana para poder recorrer 60 kilómetros con mucha paciencia, intentando esquivar al diablo.  Al día siguiente pretendía quedarme en Kuon Kham para poder hacer escala y visitar la cueva de Konglor. Pero al llegar al pueblo tan temprano decidí  no hacer pseudoespeleo y dirigirme al encuentro de la Nacional. Por cierto, entre medio  hay dos subiditas que te hacían sudar la camiseta.

Nunca me he encontrado a tantos ciclo turistas en una misma carretera. Los días siguientes camino a Vientiane me iba cruzando con varias parejas de ciclistas. La escasa red de carreteras de Laos, aglutina a los corredores a tomar la nacional 13 para desplazarse de Norte a Sur del pais o viceversa. Por cierto por las montañas no me encontré a ninguno, salvo la pareja de catalanes que se dirigían a la frontera Vietnamita, parece ser que muchos ciclistas por lo que me comentan, cuando encuentran rutas apartadas de la vía principal, dificultosas subidas o ripio, se alquilan una moto. Aunque, si yo no dispusiera de tanto tiempo, haría lo mismo ya que es la mejor opción. La esencia del viaje se basa en el descubrimiento, hazlo como quieras y cuando quieras porque  la diversión de viajar reside en el mismo viaje.
También me fijé que ahora era tiempo de cosecha de un tubérculo, creo que era mandioca pero no estoy seguro. Los campesinos cortaban dicho tubérculo en finas rodajas que dejaban extendidas en borrajas para que las secara el sol.  Ambos lados de la carretera parecía que hubiera alfombras de comestibles. 

VIENTIANE 
Aquí en la capital, nunca la vida se parece tanto a la de un pueblo.  Las calles adyacentes al tráfico padecen silencios increíbles que se alargan entre el vaivén del movimiento de hojas de papel.  El canto del gallo pasó a mejor vida y ahora el ruido de los despertadores es el encargado de indicar el nuevo amanecer.  La gente ha abandonado las vestimentas rurales y ahora van cubiertos con pantalones de pinzas, zapatos y camisas multicolores de marcas extranjeras. Todo, son vulgares copias de Lacoste, KC,Levi´s etc.., pero a ellos que les importa. No les toman el pelo como a nosotros, haciéndonos creer que el sello de marca implica tener un precio casi siempre desorbitado en versus a su calidad. Puro engaño,  aunque hay quien le gusta ser engañado presumiendo de logotipo. Cambiando de tema, los edificios son una mezcla de antigüedad con nuevos cambios que avanzan poco a poco. Las viviendas no son muy altas, pero estos paletas no saben hacer bien las escaleras. El tráfico no es agobiante y salvo las arterias principales todo circula sin prisas.  Al medio día, aprieta el calor y no hay muchas sombras.  Por eso la gente desaparece como pausas en una batalla donde gana siempre el sol. Al atardecer, todo cambia, las motos dan gas, desaparece el silencio y las calles mutan de vida.
 Como en restaurantes locales, entre fogones sin humo, sartenes sin fondo, salsas picantes, palillos de madera y cucharas ergonómicas  donde el rey, amo y señor de la cocina es el fideo. Puede ser de arroz, harina de trigo o maíz, incluso de patata. De tamaño, los que quieras, extrafinos, superfinos, finos, medianos, gruesos, planos etc.. y si añadimos a todo esto  la manera en lo que los preparan, secos, fritos, hervidos, al vapor, rebozados,  salen infinidad de platos sin contar las salsas con que se aderezan.
 Únicamente tenía que dejar pasar los días en la ciudad, apurando el visado y haciendo desaparecer la moneda local restante. Fui conociendo ciclistas y la verdad es que cada día iba sorprendiéndome  la cantidad de nuevos rodadores que iban llegando a la ciudad  cargados con sus ortliebs . Esto parece el tour de France. Mañana dejaré la ciudad para entrar a Tailandia y dirigirme hacia Mae Sot para recorrer la zona montañosa limítrofe con Birmania.  No me despido aun de este país, ya que no tardaré mucho en volver. Laos hace frontera con China y su paso fronterizo me servirá de entrada o salida desde la provincia china de Yunnan. Por cierto en el  menú de hoy recomiendan la rica rata secada al sol.