jueves, 24 de noviembre de 2011

Quedate en mi, LAO

Al cabo de tres días por mi paso fugaz en Tailandia, estaba repitiendo la misma rutina fronteriza. Visado con una nueva pegatina y su posterior sellado. Entraba a Laos con antiguos recuerdos de mi antigua estancia en años pasados, cuando todo se improvisaba al lado de unas  cervezas Laos de 640 cc.
Me dirigí hacia Pakse ciudad situada a 45 km al este de la frontera. La ciudad tenía una zona donde se aglutinaban los hospedajes y restaurantes. Escogí el sitio adecuado y me dediqué alimentarme, beber Lao Beer y disfrutar después de cada comida de un café expreso acompañado de su correspondiente cigarrillo, todo un lujo. En este sitio se observa multitud de mochileros  que se dirigen hacia las 4000 islas o hacen una parada para ver el altiplano del Bolaven, mientras continúan su camino hacia el norte. Fui conociendo gente de paso mientras comía en el restaurante, dos neozelandesas, una pareja de catalanes, un japo. Al cuarto día me dirigí hacia Champasak lugar donde hay unas antiguas construcciones de un pasado de perdidas civilizaciones. El camino, pasaba paralelo al rio Mekong y podía ver cómo era  tiempo de cosecha. Los colores de  tonos verdes ahora estaban en decadencia. Las plantas de arroz  estaban secándose. El amarillo tomaba el relevo y marcaba la nueva tendencia. Los sombreros en forma cónica, hechos de fibras vegetales, coronan las cabezas de los campesinos que iban cortando las plantas de arroz con sus pequeñas hoces. Todo el mundo colaboraba en dichas tareas y se mezclaban varias generaciones en los diferentes trabajos del campo.  Cada uno ayudaba de forma diferente en función de la edad, fuerza  y estado de salud.
Llevaba pocos días en Laos pero ya me encontraba como en casa. Es fácil adaptarse a este terreno aunque el tiempo continúa igual de caluroso. Parece que mi cuerpo ya se ha adaptado al pedaleo después de tres meses  de parón y el sudor ahora se sobrelleva mejor. En Champasak me encontré con una pareja de franceses que viajaban en bicicleta durante un año, pero acababan su aventura el próximo diciembre en Tailandia. Estuve con ellos contando batallitas de viaje y las dos partes obtuvimos información importante para nuevas etapas. Un dato muy valioso que me dieron, fue la pagina web  http://www.warmshowers.org/ , donde ciclistas de todo el mundo acogen a otros ciclistas cuando estos están en ruta.   Mi camino continuó dirección sur, hacia las 4000 islas. La etapa fue larga, unos 120 kilómetros  donde tuve que atravesar el mismo día, un par de veces el rio Mekong, primero en  Champasak y luego en el amarradero de   Ban Nakasang,  que es el que está situado  más al sur. Aquí  una barca de proa larga te acerca a  Don Khon, una de las islas más pequeñas y  tranquilas  del conjunto.

Por la mañana siguiente me fui a dar un paseo por los alrededores de la isla. La gente hacía rato que estaba en los campos y los niños se dirigían hacia las escuelas. Los búfalos de agua se aprovechan. Ahora, tienen permiso para estar en medio de los arrozales. Las plantas de arroz,   desprovistas del grano, son pasto para el ganado. Los animales están atados con  delgadas cuerdas a unas frágiles estacas. Estos van describiendo círculos  concéntricos donde al cabo de poco tiempo la vegetación queda rasurada a nivel de  la altura de sus dientes. La vida en estas islas es muy relajante. La pesca, la agricultura junto al ganado y el turismo  les aporta todo lo necesario para tener una vida tranquila y sosegada. Por esta zona se pueden visualizar los delfines de agua dulce, pero al final no me decidí a ir con  barca. Quizás fuera que cuando llegué al amarradero, vi el sitio muy turístico. Pero por otra parte, ahora estamos a final de época de lluvias y las guías indican que la  mejor época para poder verlos es en pleno estiaje. Por cierto no me acordaba pero   las aguas del rio no es que sean muy cristalinas. Todos esos  sedimentos que arrastra el Mekong hacen que el color de sus aguas sea de unos tonos marrones chocolate  que no me incitan  para nada a darme un baño en cualquiera  de sus orillas.
Ahora, cuando  estoy en ruta, voy escuchando música  de nuevos artistas que me van emocionando. Entonces  aumento el volumen y  al escuchar dichas melodías, en mi piel aparecen miles de pequeñas montañas. Recomiendo  escuchar el  disco El hombre bolígrafo del grupo  de BaraKaldo Grises,  Historias para no romperse del grupo barcelonés Cyan o el grupo Neuman con su disco  The family plot. En lengua extranjera el disco  Wolfgang Amadeus del grupo Phoneix  acapara mi atención. Lástima, que tanto escucharlos los voy a quemar demasiado rápido. Menos mal que siempre me quedarán las letras del último disco de Manolo García. Parece mentira, pero la ruta parece que se hace más corta cuando uno escucha  rítmicas melodías. Al paso de tres días en las islas, me volví a Pakse, repitiendo la ruta 13 pero en sentido contrario. La etapa consistió en 144 kilómetros que me dejaron algo fundido. Por la noche, cenando, conocí a una pareja de catalanes que venían del norte y una pareja de navarros que iban en bicicleta. Los ciclistas estaban en el mismo lugar donde yo me hospedaba, así que nos hicimos rehenes de nuestras vivencias. Puede que nos volvamos a ver por fin de año, pero eso está por ver, el tiempo  lo dirá. Por cierto espero que se les haga hecho el callo y no sufran con sus bicis violadoras.

Laos, rodeado en medio de grandes países como Tailandia, China, Vietnam entre otros, se mantiene en la cuerda floja intentando hacer equilibrios. Un país donde reina la pobreza, se abre al desarrollo a base de nuevos colonizadores. En un principio me costaba verlos, pero un ejército pacífico de Chinos, Tailandeses y Vietnamitas se  van apropiando de manera sigilosa de  los negocios más rentables del país renegando así a las venideras generaciones  de jóvenes locales. El carácter  Laosiano,  tan  conformistas, pasivos,  tranquilos,  como agradables pone las cosas fáciles a sus competidores. Sus gentes  son de porte  delgado, con ojos estirados sin votox, con sonrisas sin mentiras, con trenzas sin postizos, con ropa sin marcas, con los pies desnudos, con las manos limpias y la conciencia tranquila.
 Abandoné  Pakse y me dirigí  hacía el altiplano del Bolaven. Esta zona es el lugar de Laos donde dicen se cultiva el mejor café del país. Durante  la salida de la ciudad y los siguientes 50 kilómetros no abandoné el plato pequeño. Solo durante dos veces pude poner el plato mediano, pero  fue solo  durante un fugaz replano. Iba haciendo  molinillo todo el tiempo. Parecía que mis piernas se parecieran a las del correcaminos. Tenía que vencer un desnivel aproximado  de 1500  metros. En ruta si la pendiente  es leve,  soy  incapaz de percibirla con claridad. Lo notaban mis piernas y estas intentaban engañar a mi cabeza. Derramando sudor y a paso de tortuga llegué a  Pakxong. Mientras circulaba por sus calles en busca de un lugar para hidratarme,  pasé por un local donde se realizaba una celebración.  Pregunté y me informaron que se trataba de  una boda.
Estacioné la bici y sonó la palabra “falang” que en el idioma laosiano significa extranjero. De repente todo el mundo comenzó a invitarme a cervezas.  Mi boca no daba abasto. La gente iba bien puesta. Los mayores descontrolaban a la manera Lao y los chicos aprovechando el estado de sus progenitores, abandonaban las coca colas por bebidas más divertidas. Así, que aquí acabé la etapa. Fue un cachondeo, todo el mundo iba con esa mirada entre risas.  Donde las pupilas quedan hechizadas distorsionando la realidad.  No paraban de darme cerveza y parecía que rehusar la  invitación fuera un desprecio. Entre trago  y trago, y  ante el empeño de los invitados  tuve que salir a bailar con la novia.  Fue todo un honor, aunque me fijé como las mujeres se reían. Al principio no lo pillé, no sabía si era por mis movimientos, pero claro sus ojos se iban a mis mallas. No estaban acostumbradas a ver hombres, apretados con vestiduras de  licra. Después del baile, me convertí en brujo, haciendo pases de magia, donde mayores y pequeños quedaron asombrados.

Por las mañanas sigo adelantándome al canto del gallo donde en cada amanecer hay un concierto.  La fuerza ensordecedora del canto del gallo en relación a su pulmón es un tema que requiere estudio. Después de escuchar la rutinaria diana, los monjes salen a pedir limosna. En fila india, descalzos, siguiendo su jerarquía y ataviados con sus túnicas naranjas van  recogiendo en sus cubilotes las donaciones de arroz, verduras, frutas. A cambio, recitan a sus donantes,  un especie de  bendiciones que no logro comprender.
Al día siguiente, a disfrutar. Tocaba bajada. Pero no ese tipo de bajada que se acaba a pocos minutos, no. Los kilómetros iban pasando, avanzando en medio de  suaves pendientes donde el desarrollo sacaba humo. En medio del altiplano aparecían cultivos de plantas de café, las cuales pertenecen a negocios extranjeros. Llegué hasta Saravan, población cercana a la frontera de Vietnam donde no hay nada que ver. La sorpresa fue la desaparición de la carretera. El asfalto parecía que tenía un virus.  Pasó a convertirse en camino de roja tierra, donde agujeros, polvo, arena y  piedras eran habituales. Que rabia me daba cada vez que pasaba algún coche. Con mi piel sudorosa me sentía como napolitana friéndose en sartén de teflón.

Sin prisas, con paso lento, me volví a encontrar con la Nacional 13. En un cruce de caminos, es fácil encontrar alojamiento, pero a veces las cosas se complican.  Voy a describir por encima el estado de las pensiones rurales, donde me alojo y no se ve a ningún turista. Sorprende la instalación eléctrica de última generación. Cuadro de mandos, fabricado en madera noble, ampliable hasta que se acabe la madera. Cable eléctrico visto, ducha con peligro de electroshock y enchufes que vomitan las clavillas. Las paredes tienen relieve, parece que la pintura  solo se haya dado una vez, en su inauguración. Ahhh!!! y solo una capa. Puertas descuadradas, que no cierran y las que cierran no llegan al suelo, con lo que, adelante bichos. Camas grandes, eso sí que lo tienen, les gusta estar anchos. El problema es que a veces mi espalda aprende braille con los muelles de los colchones.  Y yo durmiendo solo. Solo, pero que digo, como mínimo me acompañan cada día, tres o cuatro lagartos, enganchados con loctite a techos y paredes. A parte, un ejército de hormigas dibuja carreteras por  suelos y paredes. Los mosquitos como siempre tocando los huevos, las cucarachas jugando al escondite  y en las esquinas, las arañas son las reinas del mono poli, siempre les cae algo.
Otra vez rodando por la ruta 13 me volví a encontrar más ciclo turistas, una pareja de ingleses con los cuales estuve rodando un día hasta que me desvié hacia Savannatkhet. En este lugar había un consulado de Tailandia, así que me saqué la Visa que me permitiría estar dos meses en el país con opción de prorrogarlo  un mes más.  Que peso me saqué de encima. Resulta que si entras a Tailandia por medio terrestre, no necesitas visado, pero solo puedes permanecer 15 días y eso para un ciclista es como un suspiro. Os explico, en diciembre, junto Jordi y Nuria comenzaremos una pedalada solidaria a favor de los niños refugiados birmanos, en colaboración de la ONG Colabora Birmania. Después, el fin de año se presenta en alguna isla tailandesa y seguidamente estaré 10 días escalando en Tom Sai, para volver en enero a colaborar con la ONG. Así que conseguir el visado era tema crucial para olvidarme de burocráticos trámites.
Con la pegatina puesta en mi pasaporte, me dirigí hacía Thakhet donde volví a encontrarme con una pareja de ciclo turistas catalanes. Uno, era bombero del GRAE en la Seu d´Urgell y el otro era un hombre que parece ser, susurra a los caballos. Desde aquí, me dirigí hacer lo que se conoce como luping, que es lo mismo decir que te vas a dar una vuelta por las montañas.


 La experiencia fue bonita, pero bastante dura. Al principio  el paisaje es espectacular y de gran belleza. Las escarpadas montañas, superpuestas en diferentes capas, te transportan a un paisaje de dibujos estilo  Manga, parecidos a los de la serie Son Goku.  Siguiendo la carretera se encontraban numerosas cuevas que no visité. El asfalto se terminó en Nakai, pequeño pueblo donde comienza el camino de tierra. Por cierto antes de llegar a susodicha población hay una subida que casi me fulmina. La construcción de una presa ha modificado el paisaje y también la carretera. Pendientes del 21% o más, hace que  las motos parezcan que tosan y  se ahoguen en su propio humo. Aquí hice de Sancho Panza,  bajándome de mi burra y empujándola un buen rato y sin despistarse lo mínimo, si no la burra se iba pa atrás. Llegué a Thalang con sudor frio y medio mareado por agotamiento. Después de comer me sentí mejor, pero me costó más de una hora y media comerme un plato de arroz y beberme dos litros de agua.
La zona por donde me movía estaba rodeada de agua. La presa había inundado zonas donde antes habitaban sus moradores. Ahora, algunos pueblos se habían desplazado a zonas más altas, protegidos de la invasión de las aguas. La gente se dedicaba a pescar. Todo el mundo parecía  estar dedicado a dicha tarea. Los niños jugaban con sus cañas de pescar y los mayores se movían con sus botes en busca de una recompensa en sus redes. Por la noche, en el restaurante, los pescados me miraban con ojos de asfixia, con ojos que  anhelaban su pasado. Ansían  poder ver sus aguas  donde nunca más volverán a nadar. Mientras, el gato, se detiene en su camino, huele el aroma que transporta el aire.  Intuye la que se avecina. Pero  cerca,  vigilando, se encuentra el perro con ojos de gato. Esta vez no hay recompensa, ni riña, solo una desnuda raspa y  restos de una cabeza con unos ojos ahogados en el aire.


Aun me faltaba lo peor. Al salir de thalang en dirección hacia Laksao, el camino se volvía casi impracticable. Se  notaba que el camino estaba abandonado. No pasaba nadie. Las piedras cada vez más frecuentes,  ponían barreras a mis ruedas y los agujeros cada vez eran más peligrosos. Se tenía que ir con cuidado, para que la bicicleta no se rompiera en algún descuido o destrozara alguna cubierta con algún canto afilado. Las zonas inundadas aun tenían los portes  de sus troncos sin haber sido cortados.  Daba un aspecto un poco tétrico, pero el juego de luces, sombras y reflejos creaba un extraño contraste de contraluces en sus aguas. Así que estuve toda la mañana para poder recorrer 60 kilómetros con mucha paciencia, intentando esquivar al diablo.  Al día siguiente pretendía quedarme en Kuon Kham para poder hacer escala y visitar la cueva de Konglor. Pero al llegar al pueblo tan temprano decidí  no hacer pseudoespeleo y dirigirme al encuentro de la Nacional. Por cierto, entre medio  hay dos subiditas que te hacían sudar la camiseta.

Nunca me he encontrado a tantos ciclo turistas en una misma carretera. Los días siguientes camino a Vientiane me iba cruzando con varias parejas de ciclistas. La escasa red de carreteras de Laos, aglutina a los corredores a tomar la nacional 13 para desplazarse de Norte a Sur del pais o viceversa. Por cierto por las montañas no me encontré a ninguno, salvo la pareja de catalanes que se dirigían a la frontera Vietnamita, parece ser que muchos ciclistas por lo que me comentan, cuando encuentran rutas apartadas de la vía principal, dificultosas subidas o ripio, se alquilan una moto. Aunque, si yo no dispusiera de tanto tiempo, haría lo mismo ya que es la mejor opción. La esencia del viaje se basa en el descubrimiento, hazlo como quieras y cuando quieras porque  la diversión de viajar reside en el mismo viaje.
También me fijé que ahora era tiempo de cosecha de un tubérculo, creo que era mandioca pero no estoy seguro. Los campesinos cortaban dicho tubérculo en finas rodajas que dejaban extendidas en borrajas para que las secara el sol.  Ambos lados de la carretera parecía que hubiera alfombras de comestibles. 

VIENTIANE 
Aquí en la capital, nunca la vida se parece tanto a la de un pueblo.  Las calles adyacentes al tráfico padecen silencios increíbles que se alargan entre el vaivén del movimiento de hojas de papel.  El canto del gallo pasó a mejor vida y ahora el ruido de los despertadores es el encargado de indicar el nuevo amanecer.  La gente ha abandonado las vestimentas rurales y ahora van cubiertos con pantalones de pinzas, zapatos y camisas multicolores de marcas extranjeras. Todo, son vulgares copias de Lacoste, KC,Levi´s etc.., pero a ellos que les importa. No les toman el pelo como a nosotros, haciéndonos creer que el sello de marca implica tener un precio casi siempre desorbitado en versus a su calidad. Puro engaño,  aunque hay quien le gusta ser engañado presumiendo de logotipo. Cambiando de tema, los edificios son una mezcla de antigüedad con nuevos cambios que avanzan poco a poco. Las viviendas no son muy altas, pero estos paletas no saben hacer bien las escaleras. El tráfico no es agobiante y salvo las arterias principales todo circula sin prisas.  Al medio día, aprieta el calor y no hay muchas sombras.  Por eso la gente desaparece como pausas en una batalla donde gana siempre el sol. Al atardecer, todo cambia, las motos dan gas, desaparece el silencio y las calles mutan de vida.
 Como en restaurantes locales, entre fogones sin humo, sartenes sin fondo, salsas picantes, palillos de madera y cucharas ergonómicas  donde el rey, amo y señor de la cocina es el fideo. Puede ser de arroz, harina de trigo o maíz, incluso de patata. De tamaño, los que quieras, extrafinos, superfinos, finos, medianos, gruesos, planos etc.. y si añadimos a todo esto  la manera en lo que los preparan, secos, fritos, hervidos, al vapor, rebozados,  salen infinidad de platos sin contar las salsas con que se aderezan.
 Únicamente tenía que dejar pasar los días en la ciudad, apurando el visado y haciendo desaparecer la moneda local restante. Fui conociendo ciclistas y la verdad es que cada día iba sorprendiéndome  la cantidad de nuevos rodadores que iban llegando a la ciudad  cargados con sus ortliebs . Esto parece el tour de France. Mañana dejaré la ciudad para entrar a Tailandia y dirigirme hacia Mae Sot para recorrer la zona montañosa limítrofe con Birmania.  No me despido aun de este país, ya que no tardaré mucho en volver. Laos hace frontera con China y su paso fronterizo me servirá de entrada o salida desde la provincia china de Yunnan. Por cierto en el  menú de hoy recomiendan la rica rata secada al sol.

viernes, 7 de octubre de 2011

INICIO POR ASIA.


 BANGKOK



La ciudad me recibió con mala cara. Abundante lluvia lo mojaba todo. Humedad penetrante te impregnaba todo el cuerpo. Agua limpia se tornaba sucia al moverse por los suelos de las calles. Todo se movía, mientras el taxi multicolor me transportaba al centro de la urbe. Aparecieron rápidamente los contrastes. Numerosos rascacielos coronaban la ciudad, mezclándose con largas avenidas de pasos elevados intentando ganar espacio al cielo. Entre medio, casas en ruinas estaban rodeadas de grandes centros comerciales.
Templos antiguos diseminados por doquier, brillaban con sus dorados tejados. Flores amarillentas engalanaban cualquier  sucio rincón para ser venerado. En fin, la ciudad parecía un tablero de Tetris , donde un jugador inexperto parece que se dejó una partida inacabada.
Calles  anteriormente conocidas las encontraba diferentes. Brotaban nuevos restaurantes y cafés súper modernos, donde antes había pequeños comercios regentados por ancianos. Negocios que atraían únicamente  miles de baths que aportaban diariamente los miles de  turistas que frecuentan  sus calles. Los tailandeses urbanitas se estaban convirtiendo en personas muy occidentalizados aunque todo convive con una mezcla camino entre nuevas y antiguas tradiciones. Vendedores ambulantes, articulando sus negocios conquistan cada día los márgenes de las calles. Parecen inmunes al tráfico y a la complicada meteorología.  Estuve en la ciudad el tiempo justo para recuperarme del fatigoso viaje y me dirigí a Ko Chang para reencontrarme con viejos amigos.

KO CHNAG

La isla situada al sud este de Tailandia, estaba irreconocible. Parecía otra, estaba en Low season y eso era sinónimo de solitud.  Parecido a Benidorm en invierno pero sin jubilados del Inserso moviéndose en manada.  Cuando acabé  de instalarme en mi bungaló,  fui a ver a Om y a Ant en su tienda de artículos de regalo.  Después me dirigí  directo a darme un masaje. Las fuertes pendientes que hay en la carretera que dan acceso a White sand beach, son un rompe piernas. Por la noche cené con Wing i su novia protegidos del agua. La lluvia era constante y la niebla era perpetua. Al segundo día, el diablo me vino a ver. Se me rompió el ordenador. Sin más dejó de funcionar. Afuera de mi bungaló,  estaba diluviando así que aproveché para cortarme el pelo. Enciendo la máquina de rapar y esta se me muere en mis manos con un agónico sonido. Dicen que no hay dos sin tres. Parece que la lluvia cesa, así que me monto en la bicicleta y se me rompe una biela. Dicen que no hay tres sin cuatro así que intenté no tocar nada más. Tenía el día cruzado, estaba claro, menos mal que por la noche Ant me invitó a cenar, con platos estilo Ferrán Adrià y después nos fuimos de fiesta a Long Beach. No había mucho ambiente pero conocí a una Dj tailandesa que ese día libraba. Al día siguiente me fui hacia Trat. Antes, unos manitas me habían soldado la  biela. No sabía si aguantaría los 25 km de distancia que hay  entre  ambos  lugares. Pero se ve que el chaval tenía maña y se había sacado un curso en CEAC. La ciudad no era muy grande, pero las calles nuevas me confunden. Menos mal que encontré rápidamente la tienda de bicis que me habían recomendado. Estaba  a la expectativa, no sabía si me darían gato por liebre. Por estos lugares hay  muchas piezas made in China, que son perfectas copias de los recambios originales, pero su resultado es nefasto. El  mecánico me dijo que cambió el grupo de platos y bielas  por piezas originales, o eso creo. Pero me quedé más tranquilo al comprobar que la bici funcionaba correctamente y los cambios iban perfectamente.

Al día siguiente tomé rumbo Camboya, me separaban 75 kilómetros. Nada mas meterle me di cuenta que pedalear por estos países iba a ser un calvario. Lluvia, sol, calor, humedad = SUDOR. Sensaciones peores a cuando estaba en Colombia venían hacia mí. La palabra clave era el infierno de la deshidratación. Sin moverte, en la sombra sudas. Así que os hacéis una idea!!. Llegué sufriendo en tierra de nadie. La zona   fronteriza,  un descontrol, ni barreras, ni nada que indicara que había que hacer. Los policías  en sus oficinas tenían las ventanillas cerradas con un adhesivo que impedía ver el interior, de esta manera  podían disfrutar de sus aires condicionados sin que nadie les molestase. Los demás como siempre haciéndonos los locos hasta que alguien viendo que tiras pa delante te indica con el dedo donde tienes que entrar.  En la parte camboyana  tuve algunos  problemas al tomarme las huellas dactilares. La electrónica máquina o el sudor de mis dedos impedían que el lector capturara los surcos de mis falanges. Después de  estar al menos 20 minutos jugando con la máquina, pude hacer todos los trámites. Pisaba un nuevo  país. Se me abrían nuevas expectativas, aunque lo primero que experimenté fue el cambió del estado del asfalto. Agujeros, agujeros y más agujeros como un queso Gruyer, provocados por el tráfico pesado de mercancías entre dos países limítrofes. El tiempo como siempre. Durante el dia , tres estaciones me iban  visitando. A veces, mirando los charcos, veo el reflejo de apariciones  de círculos fugaces. Todo indica que sigue  igual pero sin ruido. La lluvia da paso a llovizna. Entonces tengo que vigilar con las charcas. Son uno de mis peores enemigos ya que a veces esconden grandes mentiras en forma de invisibles agujeros.

En los primeros días tuve que atravesar las montañas del Cardamomo. Fue todo un reto para mí. Aun no estaba rodado. El  parón del verano se notaba en mis piernas. Las falanges no funcionaban correctamente en las subidas, pero lo frustrante era el calor y el sudor que te iban pinchando como  muñeco de vudú. Era frustrante, ver como no avanzabas y encima estas en cada subida a punto de entrar en un estado de semiinconsciencia. Aquí el muñeco de trapo  dejaba las agujas y jugaba a la ruleta rusa. En las zonas rurales no  había neveras convencionales, así que la bebida fría se conseguía por el enfriamiento mediante barras de hielo y eso comporta cierto tipo de riesgos. Para pasar el calor  del camino, cada día  tomaba bebidas diluidas con fría agua, haciendo  girar la ruleta. La  suerte me respetó ya que las balas debían  tener la pólvora mojada .Sufría como un loco, sin tener miedo a las consecuencias del esfuerzo que me iba comprometiendo a cada golpe de pedal. Iba rompiendo el silencio con algún que otro quejido, aunque no hacía falta. Cada día oía  miles de veces las voces de pequeñas criaturas camboyanas saludándome con unos  “jelous” y unos “bay  bays”. Las jornadas se me hacían pesadísimas hasta que pude dejar  atrás todas esas colinas. Al aparecer el terreno plano,  la cosa cambió un poco y ayudó  aliviar mi situación.

SIHANOUKVILLE

La zona de playa de Camboya se encuentra en esta ciudad, contiene el puerto de entrada de mercancías a todo el país. Éramos pocos los turistas y sus playas no tenían ese encanto que poseen las de su vecina Thailandia. La ciudad tenía todo tipo de servicios, así que aproveché para cambiarme  el portátil y así volver ha estar comunicado con el resto del mundo sin depender de los horarios de los cybers. El lugar me sirvió para recuperarme de las duras etapas pasadas. Me dediqué a descansar, comer y beber que para mí  ya era suficiente. No pude disfrutar de la tranquilidad de sus playas porque el tiempo no me daba opción, lluvia y más lluvia espantaba las cremas solares.  Tenía dos opciones para dirigirme a la capital del país. Al final me decidí rápidamente  al ojear mi mapa. Cogí el camino más largo, unos 20 km de más, pero la carretera núm. 3 era un tiralíneas y eso significaba que el   terreno sería llano. En el plano me notaba cómodo aunque cuesta adaptarse a este clima.  Circulando hacia la capital del país, la gente se quedaba mirándome alucinados. La mayoría de los camboyanos  decían palabras que no entendía pero si llegaba a comprender. Sus  expresiones de sorpresa me daban ánimos para ir continuando. La mayoría de la gente no entiende el idioma internacional del inglés y yo tampoco es que vaya sobrado, así que practicaba el lenguaje de los gestos para encontrar comida, bebida, alojamiento  etc.. Al llegar a cualquier sitio  mi dedo índice solo hacía que apuntar hacia la dirección donde se encontraban   las cosas que necesitaba. Aquí utilizan el lenguaje jemer, el cual desconozco, solo se decir un par de cosas, pero seguro que las pronuncio mal porque cuando las digo, los camboyanos se parten de risa.
Esta sociedad está completamente anclada en un mundo rural de antiguas costumbres. La tierra les aporta todo lo necesario para poder vivir. La preciada planta del arroz comienza a inclinarse indicando el inicio de una nueva cosecha. Los animales de corral  se mueven  con total libertad en busca de cualquier pepita que les pueda alimentar.  La pobre red de infraestructuras básicas hace que el progreso vaya poco a poco. Los camboyanos siempre tienen soluciones para todo tipo de problemas, pero eso implica no tener prisas. La pirámide poblacional está claramente influenciada por los diversos conflictos bélicos que ha padecido el país. La pérdida de varias generaciones perfila la esfinge donde predomina la juventud  y escasea tanto la sabiduría como la  paciencia de los mayores. La pobre infraestructura eléctrica y la falta de un sistema de purificación de agua , pone las cosas un poco más difíciles a estas comunidades que se van adaptando a un nivel de supervivencia basado en el día a día.  Sus gentes llenas  de paz, libres de odios pasados  intentan llegar a un futuro que aun esta por forjarse.
                                    
PHNOM PENH

Vaya paliza me pegué para llegar a la capital. Salí  desde Kampot, bonito pueblo situado a los márgenes de la desembocadura de un desconocido rio. El sitio transmitía paz y a la vez disponía de alojamientos y restaurantes adaptados a costumbres occidentales.  Siguiendo con la historia, salí del lugar como siempre a eso de las 6.00 de la mañana. Mi intención era recorrer los 140 kilómetros que separan los dos puntos en dos etapas de 70 km cada una. Comencé el día viendo a los escolares moviéndose  en columna de a tres, con sus bicicletas chinas camino de sus escuelas. El día iba pasando y pasados los 70 kilómetros iníciales no encontraba ninguna población donde hubiera un hospedaje. Cada población nueva que me traía el camino, abría una expectativa nueva, pero la respuesta era siempre la misma. Hasta Phon Peng no había ningún hospedaje. Incluso fui a una escuela para pedir si podía quedarme a dormir, al principio un profesor me dijo que sí, pero después de comentárselo al director la respuesta fue negativa. Vamos por pasos, sabéis que llevo tienda de campaña y puedo acampar donde quiera, pero mi gran problema es que alrededor de la carretera solo existen cultivos de arroz inundados  o tierras empantanadas. Si a eso le sumamos que cada día llueve, lo de plantar la tienda no era mi mejor opción. Total, al final sudando como un loco me quede a 15 km de la capital. Paré en la primera pensión que vi. Estaba fundido como el queso, ese día el sol apretó, parecía estar en una sauna  y menos mal de la crema solar que evitó que me quedara como la piel de los pollos  a last .   
Al dia siguiente llegué a la capital, muy temprano. Debían ser las siete de la mañana. Ayudado por mi GPS, la entrada fue cosa fácil. No sé qué haría sin preciado artilugio, cada vez va adquiriendo más importancia, sobre todo en las grandes ciudades donde laberínticas  calles esconden diferentes comunidades unidas como enjambres de abejas. La caligrafía jemer no ayuda, dejémosla por imposible, para mi parecen grafitis. La ciudad no era bonita, pero debido a las penurias del camino,  eso era como estar en el cielo. Todo era de color gris tirando a negro. Trafico complejo, sin normas de circulación donde las aceras y bordillos son conquistados por negocios ambulantes. Por la noche las farolas parecen estatuas antiguas, donde sus bombillas eran testimonios  de un pasado soleado, no funciona ni una.  Menos mal que algunos comercios tienen luz en sus negocios y eso aporta un poco de visibilidad en las oscuras calles.  Hice un poco el turista y fui a ver el monumento a los caídos, el exterior del palacio real y la zona de los mercados. En el hostal estuve bastante bien, era económico, tenia piscina y además aquí encontré una catalana y la boca se soltó.
La salida de la ciudad fue bastante fácil, únicamente perdí un poco de tiempo para acceder a un puente que atravesaba el rio Mekong. Por el camino, en la carretera núm. 6, me encontré a dos chinos los cuales viajaban en bicicleta. Uno de ellos iba con una bici plegable, con  rueda pequeña y eso le impedía ir rápido. No estaban rodados, se les notaba. Pero la carretera, día a día  les irá enseñando sus reglas. Durante este recorrido he podido ver hasta dónde llega el alcance de las inundaciones que hay por estos días en el sud este asiático. Pasada la ciudad de  Kompong Thnor comencé a ver la realidad del problema. Todo lo que veía era tierra inundada. La carretera al estar unos metros más elevada, no se veía afectada directamente, aun.  Las casas de madera, estaban pivotantes por unos postes  que las alzaban del suelo, impidiendo que el agua inundase su interior. En la carretera tenía que ir esquivando búfalos, vacas, pollos, gallinas, cerdos, gatos, perros ya que al estar todo inundado solo estaban protegidos con el contacto con el  asfalto.

 Mucha gente se veía obligada a vivir en la carretera porque sus casas estaban inundadas o porque estaban demasiado lejos de la carretera. Parecía el arca de Noe, eso si los patos estaban en su salsa. La gente ya estaba resignada a esta situación. Dedicaban su tiempo a pescar, dar de comer al ganado y a esperar que la tierra, el drenaje y el nivel del rio fuera descendiendo. En un lugar de la ruta el nivel del agua había superado la protección que daba la carretera así que tuve que mojarme un poco los pies. En medio del camino iba encontrando algunos cruces de carreteras que se dirigían hacia el norte.  Sin darme cuenta en tres días llegaba a mi próximo destino.

SIEM REAP

 Ciudad importante dentro de Asia, no por su tamaño ni por su ausencia de encanto, si no por tener a 8 kilómetros  el mayor complejo religioso del mundo. Escondidos por el follaje de la selva, parapetados por árboles centenarios y protegidos por fosos inmensos de agua, van apareciendo construcciones antiguas deterioradas por el paso del tiempo. Multitud de templos forman una estructura de caminos donde es necesario varios días para poder visitarlos. La ciudad en si, es un complejo de hoteles, balnearios, restaurantes, casas de masaje, complejos turísticos destinados albergar la gran cantidad de personas que vienen a visitar lo que está considerado como la octava maravilla del mundo.  Aunque no me cabe duda, la verdadera maravilla la forma sus gentes. La mayoría de ellos aún conservan los principios innatos que poseemos cuando nacemos y que vamos deformando a medida que la sociedad de consumo va moldeándonos con sus reglas volviéndonos cada vez más  individualistas.
Los templos de Angkor
El lugar es una fusión de rarezas, creatividad, escultura e inspiración. Sus antiguos gobernantes luchaban por  mantener la obsesión de construir la mejor edificación para venerar a sus dioses. Eso favoreció la construcción del actual complejo en que se ha convertido hoy. El lugar está plagado de construcciones pero solamente mencionaré los tres templos que considero que son los mejores.

Angkor wat, está considerada la estructura religiosa más grande construida en el mundo, dato que desconocía. El templo es un ejemplo de simetría que ocupa una superficie de 225 hectáreas, algo que se sale de cualquier margen. Toda esa superficie está protegida  por un foso de unos 150 metros de largo. Su profundidad la desconozco, pero seguro que esto lo convertía en  un sitio inexpugnable para cualquier ejército que quisiera apoderarse de la edificación. Actualmente la piedra está bastante castigada por el paso del tiempo, pero aun pueden verse infinidad de relieves  diferentes, relativos a   multitud de temáticas. Las zonas mejor conservadas tienen ornamentos decorativos donde predominan unas mujeres parecidas a diosas las cuales llevan serpientes colgadas de sus cuellos.

Angkor Thom, aquí es donde encontré las famosas caras . Es un lugar sumamente bello  donde entre sus paredes van apareciendo rostros, formados por varias piezas,  esculpidas en piedra. Mires donde mires ves unos ojos que te observan. Los colores se mezclan, pero predomina los tonos   grises  con el tono negro. También se pueden ver las caras de antiguos guerreros equipados con sus armaduras y con rostros expresando la furia de la  batalla.





Ta Prhom, famoso por su deterioro producido por la fuerza de la naturaleza. Fuertes raíces de gigantescos arboles se han apoderado de muros, tejados y paredes que formaban antiguas  edificaciones. El lugar está lleno de muros caídos, piedras desplazadas  y otras a punto de hacerlo. Todo es como un amasijo de piezas que alguien tiene que volver a unir. La selva que antiguamente se iba  expandiéndose logró crear esta maravilla, aunque entiendo que otros puedan pensar que fue  una desgracia.

 

Salí  de Seam Reap haciendo caso de la ruta que proponía mi GPS. La sorpresa es que  los atajos se convertían en caminos  más largos. Los senderos, no estaban asfaltados, pero descubría la parte de esa otra Camboya que no se ve. Gente de campo con sus casas simples de madera y su tejado de trenzado de palma.  Sin luz, sin agua corriente, bañándose al lado de cualquier charca y comenzando a planificar, el que hacer de las tareas del nuevo día. Trozos de ramas secas convertidas en ascuas  atizan el fuego de la mañana. Olores a leña de sándalo aromatizan el aire del camino, entremezclados con algún que otro recuerdo de comida. Los niños llevan el ganado fuera del reparo de la aldea. Ropa dejada a secar que ya no deja huella es recogida mientras brilla el sol reflejado  en la lámina de agua de grandes tinajas de cemento. Motocultores ruidosos llevan unidos  unas tablas de madera dirigiendose humeantes hacia sus destinos. Los gallos, cansados de melodías, van controlando  su aren.
Mientras, el marrano revolcado en fango, va hurgando su hocico entre los restos de desperdicios. Observando todo esto, veo las huellas de los castigados por cobardes guerras. Delante de mío, aparece  un hombre mayor. Iba caminando con ayuda de unas viejas muletas de madera. Va a paso lento. Lógico,  tiene amputada la pierna derecha. Le paso a velocidad lenta, sin hacer ruido. Nos saludamos, pero aunque parece que todo sigue igual, una extraña sensación se me queda en el cuerpo. Al final  los senderos dan paso a  la carretera núm.67 que me conduciría hacía  Anlong Veng. El día era tan caluroso que acabé bebiendo más de seis litros de diferentes líquidos y recorriendo unos 120 kilómetros En ruta me encontré a un ciclista holandés que venía de Tailandia y se dirigía hacía Seamp Reap. Mientras, iba haciendo alguna de mis paradas para hidratarme. Momento en que aprovechaba para hacer mis  trucos de magia a los niños  camboyanos.
Por la mañana siguiente  recorrí los 15 km que me quedaban hasta la frontera, por cierto durísimos. Se han de atravesar unas montañas que constituyen  la línea divisoria entre los dos países cuyo  desnivel ronda los 500 metros. Lo duro de esto es que el desnivel se ha de superar en los últimos  kilómetros. En el paso fronterizo era el único turista, así que solo yo hacia los  trámites en las ventanillas. Todos los demás cruzaban la frontera como si no hubiera ningún tipo de protocolo, aunque de vez en cuando alguien dejaba caer algún que otro billete en alguna ventanilla. Todo tipo de mercaderías cambiaban de manos entre carretillas sobrecargadas y rápidas transacciones. Volvía a estar en suelo Tailandés, pero sería por poco tiempo porque estaba de paso. Tenía que entrar a Laos por el paso fronterizo de Ubon.
La carretera al principio estaba complicada pero al cabo de unos cuantos kilómetros encontré la suavidad del asfalto de una carretera nacional. Aquí, en Tailandia se tenía que tener cuidado con los vehículos, van bastante más rápidos que los de sus vecinos países. Que cambio noté con la comida, volvían aparecer  esos olores que te van seduciendo e incitan hacer una parada para probar bocado. Los puestos ambulantes que iba encontrando por la carretera me mostraban sus tesoros. Arroces, carnes, pescados y  frutas desprendían su natural olor.  No puedo decir lo mismo de Camboya donde casi todo estaba secado al sol y eso hacía que todos sus guisos tuvieran una olor característica.. a fortooooo y eso implica no poder disfrutar de la comida. A veces en el país de las sonrisas tuve problemas para encontrar alojamiento y aunque parezca mentira, las zonas que de este país que no son turísticas, no suelen tener alojamientos y si los tienen cuesta bastante encontrar sitio porque suelen estar llenos ya que están dirigidos a hospedar  gente local.Al cabo de tres días estaba repitiendo la misma rutina fronteriza. Visado con una nueva pegatina y su posterior sellado. Entraba a Laos con antiguos recuerdos de mi pasada estancia en años anteriores, cuando todo se improvisaba al lado de unas BeerLaos de 640 cc.