Prólogo....
Antes de hacer todos los tramites, típicos antes de cualquier
viaje, tuve una entrevista donde se me aportó una información que me planteaba un problema nada agradable. En mi visita al Centro
de Vacunación Internacional en Lleida, una doctora me estuvo informando de las posibles consecuencias de haber padecido la enfermedad del Dengue, durante mi ultimo viaje. Este bichito es
transmitido por la picadura de un mosquito, que ha estado infectado por el
dichoso virus. Sus efectos, pues ya os lo digo yo, que lo padecí en tierras Colombianas.
Fiebres tifoideas en pleno trópico, con temperaturas calentitas. La cabeza en estado
de sublimación, los huesos molidos por el tío de la vara y por la puerta trasera evacuación de líquidos. Todo eso te deja hecho puré, por decir una palabra fina porque
la verdad, uno acaba hecho una verdadera mierda. Pero lo pasado olvidado está, y el
futuro, según la doctora puede ser peor. Por que, os preguntareis. Pues porque hay varios tipos de dengue y si el cabrón
del mosquito se vuelve a deleitar picándome. Mi cuerpo puede acabar desarrollando un dengue hemorrágico y ese pinta
peor que el primero. Como siempre, en viajes de larga duración, ya se
sabe, uno no puede estar enparanoiado todo el tiempo pensando en himenópteros y al final, algún día se baja la
guardia. Así que vuelve a girar la ruleta ......y vayan haciendo sus apuestas al rojo
o al negro. Yo juego con lo mínimo, al color negro ya que el rojo no me gusta porque me recuerda
el color de la sangre.
MANILA
Maldito vuelo. Diecisiete horas volando, haciendo escalas y esperando en
aeropuertos. Otra noche mas sin dormir. Al fin, aterrizo en mi destino y me aposento en una cama, pero me dedico
a jugar al escondite en la habitación del hotel. Harto de esconderme entre los
cojines, decido bajar a caminar un poco por la calle y ver los alrededores del lugar.
Lo que no veo me hace volver. Pocas farolas y las pocas luces que me encuentro son finos tubos de neón con difusas lineas de color rosa. Por lo que parece, la calle Mabini
de Manila, donde estoy hospedado, por la noche se convierte en el barrio rojo
de la ciudad. Otra noche sin dormir. No he vuelto a pegar ojo. Por la mañana, los
ojos aparecen adoloridos, fatigados, marcados por una estela rojiza de finos
tentáculos. Esta vez creo que ha sido uno de los viajes donde mas me ha costado
adaptarme al cambio de horario. Cuatro días necesité para que mi cuerpo pudiera
entrar en fase regular.
Manila no es una ciudad, es una mega urbe. La capital esta
anexada a un sinfín de poblaciones que han forjado una ciudad donde habitan mas de 20 millones de personas. La urbe no presenta ningún encanto. El denso trafico
crea un caos circulatorio, que genera una montaña de esperas donde durante esos tiempos muertos puedes ver como la suciedad envuelve en el entorno de las calles. El sistema de alcantarillado esta en
algunas zonas desbordado, provocando un olor característico. La instalación
eléctrica, parece un telar de arañas fumetas que se han ido de fiesta. El humo
del trafico, irrita los sentidos y tinta
los edificios de una fina película oscura, color mugre.
Rondé un poco por la ciudad y visité la zona del parque Rizal y la zona de Intramuros,
lugar donde antiguamente los españoles alzaron una fortaleza para protegerse de
otros colonizadores. Ciclando por el interior de la muralla te haces una relativa idea
de como debía desenvolverse la vida en un antiguo pasado. Pero siendo sincero, creo que la zona esta bastante descuidada.
En este país, hay un abismo entre las diferentes clases
sociales. La mayoría de la población sobrevive el día a día, con lo puesto. En
la capital, es donde mas se aprecia este contraste. Caminando es fácil encontrarse con vagabundos, semidesnudos tumbados
en algunas esquinas protegidas de los rayos del sol o buscándose cualquier cosa
que les proporcione un poco de bienestar . En los semáforos de lugares
estratégicos, también aparecen niños mendigando. Se apegan a los cristales
tintados de los coches, mirando hacia su interior, intentando que alguien
sienta empatia por ellos y les de algo de caridad.
En un principio no quería atravesar la ciudad montado en mis
dos ruedas, pero puse un par y me atreví a ello. Solo era cuestión de encontrar
las dos arterias que me llevarían a la nacional Mc Arthur, alejándome del
bullicio. Tardé aproximadamente unas tres horas en atravesar la ciudad y eso que
a las 6 de la mañana ya estaba empujando bielas. La escasez de semáforos hacia
que cada intersección fuera una encrucijada entre motos, sidecares,
triciclos y demás vehículos. Esto hacia que cada cruce fuera una experiencia y que se ralentizara mucho el paso. Al fin abandoné la ciudad pero, las edificaciones
paralelas a la carretera no fueron desapareciendo hasta mucho mas tarde.
La primera jornada discurrió en terreno llano, pero me pasé de vueltas. Pedaleé de 6:00 AM a 6:00 PM. El sol lucia fuerte y llegaba a ser agobiante. El astro rey se hacia notar
incluso en la sombra. No paraba de beber, beber, sudar y sudar. Solo consiguieron pararme los ruidos lejanos de una tormenta, cuando los rayos de la luna parecían pedir paso.
El primer día dormí
en tierra de nadie, cerca de un pueblo llamado Santa Rosa. Las primeras gotas de
lluvia, aceleraron la instalación de mi carpa. La tienda de campaña se
convertía en un horno. Mis cuatro paredes parecían un crematorio. Piel mojada, sulfurando hedores
de sudor. Gotas haciendo el trampolín por mis codos, nariz y todas mis curvas.
Por allá fuera, cuando acabó la lluvia,
comencé a escuchar el zumbido de un ejercito de mosquitos atentos a las posibles aberturas
de mi lona. Antes de intentar dormir, tocaba asegurarse de que ningún
taladrador alado se hubiera colado en mi aposento. Así que la luz de mi frontal hacia las funciones
de faro e imán de himenópteros. Plas, plas, plas.... ya tengo dos marcas mas de
sangre en el techo de mi mosquitera. A intentar zzzzz supuestamente a solas.
BALER
Al tercer día llegué a mi primer destino, la población de
Baler. Un pueblecito costero, en aguas del Océano Pacifico, donde se práctica
surf. La playa era larguísima y su oleaje estaba bravo. Fijé mi residencia por
cuatro días por que mi prioridad era poder practicar surf. Para eso había venido. Tuve la
suerte que ese fin de semana hacían una competición de surf femenino. Hacia
calor, el mar parecía llano, pero la cosa rápido cambió.
Me situé, donde rompen las olas. Oírlas estallar, era como un pequeño placer, como sentir una melodía de una canción que nunca parece terminar. En ese momento no había nada mas bonito. Intentaba deslizarme con harmonia junto con mi tabla, pero las olas, al romper, esparcían nubes de agua y espuma que me ponían las cosas muy difíciles. Había falta de costumbre y mi tren superior no estaba rodado. Apareció el dolor. Dolor en el cuello, dolor en mi cabeza, dolor en mis omóplatos, dolor, dolor, dolor, pero a pesar de ello me envolvía la felicidad. Por cierto, luego llegaron a mis oídos que en esa playa se rodaron las escenas de la película de Apocalypsys now.
Me situé, donde rompen las olas. Oírlas estallar, era como un pequeño placer, como sentir una melodía de una canción que nunca parece terminar. En ese momento no había nada mas bonito. Intentaba deslizarme con harmonia junto con mi tabla, pero las olas, al romper, esparcían nubes de agua y espuma que me ponían las cosas muy difíciles. Había falta de costumbre y mi tren superior no estaba rodado. Apareció el dolor. Dolor en el cuello, dolor en mi cabeza, dolor en mis omóplatos, dolor, dolor, dolor, pero a pesar de ello me envolvía la felicidad. Por cierto, luego llegaron a mis oídos que en esa playa se rodaron las escenas de la película de Apocalypsys now.
Al cabo de cuatro días abandoné el sonido de la playa y otra vez, sufrí las desorbitadas pendientes de las carreteras de montañas Filipinas. No había visto rampas tan fuertes desde las carreteras de Alaska. Me envolvía una vegetación con hojas frondosas entre las cuales intentaba cobijarme por que aquí, la luz es tan brillante que las cañas verdes del bambú se ven blancas sobre el follaje de la espesa y tupida jungla. Esa misma luz, hace que se me vuelvan a salir unos tatuajes provisionales en mi piel. Su autor, utiliza una fina aguja que no causa dolor mientras hace el dibujo. El dolor de dichas agujas suele venir un poco mas tarde, pero por suerte tengo entre mi equipaje un poco de una crema mágica llamada aftersun.
Después de una jornada durísima entre carreteras curvadas y
empinadas, pude llegar a Rizal. Volví a instalarme
en mi carpa y el lugar elegido fue, un patio de un colegio. Eso si, con la autorización
previa de sus responsables. Por ahora estoy descubriendo una gran amabilidad por
parte de las gentes de este país. En cualquier sitio por donde paso se muestran
muy interesados al ver un loco viajando en bicicleta. Al despertarme de mi sueño, me estaba esperando una fuerte olor a café
y una invitación para una amable conversación.
Nunca en mi vida he bebido tanta cantidad de bebida isotónica. Soy mas partidario de beber refrescos con mucho mas azúcar. Que le voy hacer, soy
goloso. Pero este verano tuve una larga conversión con Jordi Pares, un
compañero de trabajo que posee la carrera de homeopatía. Me informó, que
debido a los esfuerzos y necesidades en mis viajes, era importantísimo el
equilibrio entre el sodio y el potasio, como la ingesta diaria de una cantidad mínima de proteínas. Así
que según las circunstancias que me iba
encontrando en el camino, intenté hacerle el mayor caso posible. La suerte que tuve, es que en
todas las pequeñas tiendas, encuentras Gatorate y plátanos tamaño lilipud.
BANAUE
Mi segunda destinación marcada en mi mapa fue el
pueblo de Banue, donde se encuentra las terrazas de arroz de la
provincia de Ifugao. El tramo comprendido entre Lagawe y Banaue fue duro, muy duro. Estaba en
la Mountain Province. Demasiadas rampas sin escrúpulos. Culote y mallot
chorreando sin parar. Piel irritada, sal en mis labios y marcas blancas tintandome la
ropa. Me se irritaban los muslos y en la
entrepierna, me salían granos. Todo era por culpa de la maldita humedad y el intenso sudor. Ni estando
parado estabas seco. Menos mal que descubrí el poder de los polvos secantes de
la marca Johnsons. Con dos días aplicándome dicha maravilla, se me comenzaron a regenerar las carnes. La piel volvía a
recuperar su color normal y dejaba atrás esas tonalidades rosáceas tan
molestas.
Cometí 5 asesinatos, no me culpo de nada. No tengo resentimientos.
Volvería hacerlo, no me fallaría el pulso. Me querían robar mi comida, no podía
tolerarlo. Estaba nervioso, no flaqueé, aunque al principio estaba confundido en
la oscuridad de mi habitación de un lúgubre hostal, donde solo yo estaba hospedado.
Cuando apagaba la luz e intentaba dormir, comenzaba a oír unos ruidos sospechosos.
Pensaba que serian del piso inferior, pero los ruidos eran continuos y eso me destrozaba
la concentración en el sueño. Pero algo sospeché, cuando al abrir la luz de mi habiación,
todo volvía a la normalidad. Al final uno de ellos, delato al grupo. El ansia mata
y una cucaracha gigante hizo un equivocado gesto al
lado de mi bolsa donde guardo mis provisiones. Chancleta en mano, zas, zas zas.
Madre mía, que duros son esos bichos. No se de que estarán hechos. Parecen que sus
corazas están hechas de klevlar. Costaba un montón matarlos, el primer golpe los aturde. El segundo los espachurra un
poco, pero se recuperan y vuelven a escaparse. Parecían zombies, se hacían los
muertos pero al cabo de unos segundos volvían a correr. Así que zas, golpe mortal
en la cabeza, pero aun así seguían moviendo sus largas antenas. Ahh.... por cierto,
estos bichos son rápidos, rapidisimos. Fallé en mas de una ocasión, pero los acorralé y no pudieron escapar. Al final pude dormir tranquilo sin oír nada mas, o eso creo. Por cierto generé tal cantidad de adrenalina que no sentí el mas mínimo remordimiento.
Las terrazas de arroz, esculpían los laterales del valle que
desemboca en el pueblo de Banaue. Los campesinos habían tejido un entramado de
canales para mover el agua entre las superficies que habían tomado prestada de la montana.
Gracias a una superposición de piedras habían construido una arquitectura
rural a base de levantar pequeños muros de piedra. La visión del conjunto era realmente bonito ya que brotaban del suelo multitud de
colores. Había parcelas inundadas de agua, otras tenían las plantas de arroz cortadas
y otras estaban pendientes de la siega.
Estuve un par de días mas, rondando por la zona montañosa central
de Filipinas, donde crucé el Bessang National Pass. La experiencia fue muy dura y se me hizo larga.
Era el último paso antes de volver a encontrarme con un mar diferente. Solo veía curvas y mas
curvas. La carretera era cansina y cuando giraba la vista atrás, parecía el cuerpo de una
serpiente ondulándose entre medio de pliegues entre colinas
dejadas atrás, olvidadas por un sufrimiento reciente.
En este caso cambiaba de costa, abandonaba el Pacifico y aparecía el Mar de Sur de China. La nueva parada, era la localidad de San Juan, en la provincia de La Union, donde aparecía nuevos spots de surf.
En este caso cambiaba de costa, abandonaba el Pacifico y aparecía el Mar de Sur de China. La nueva parada, era la localidad de San Juan, en la provincia de La Union, donde aparecía nuevos spots de surf.
SAN JUAN
Nada mas llegar, me
cambie y me puse a mover los brazos para
situarme en medio del mar. En medio de las olas, me encontré rodeado de chicas filipinas, sentadas en las tablas a la espera de tan deseada ola. Se podían ver en sus oscuras espaldas, como surgía un camino trazado de
hueso que recorrían su tersa espalda como si fueran perlas emergidas del
subsuelo arenoso. Yo me tuve que apartar un poco hacia uno de los laterales. No
estaba bien situado, soy aprendiz y rápidamente vi que estaba fuera de mi lugar.
Los días en el mar fueron pasando y las olas me iban dando mas alegrías aunque me obligaban a tomar
varios descansos durante el mediodía. La espalda, los hombros y los brazos me
pesaban. Sobretodo el cuello, ese si que estaba sufriendo. Es el que se llevaba
la peor parte. Aparecieron los primeros moratones y algún que otro corte producido por una quilla
descontrolada. Las olas chocaban contra uno y eso produce que tragues el agua salada, por la nariz, orejas y boca. La espuma parece poco densa, pero es engañosa. Pesa
y tanto que pesa. Su velocidad te
revuelca como en una botella de champan
y luego la cola de la ola te centrifuga un par de veces contra el fondo marino.
Cuando parece que todo ha acabado, tu boca intenta ansiosamente buscar una
bocanada de aire en el exterior. Tu boca, a duras penas, sale del agua y al
girar la cabeza zasssss. Ahora viene lo peor. Parece que lo hagan expresamente. Una noria de olas vienen de manera escalonada para ir chocando contra la cabeza de uno. Parece que uno vaya a recuperarse pero la cuerda del
lease continua dándote tirones y empujándote hacia la orilla, donde rezas que la
tabla no retroceda y te la encuentres de cara o clavada en alguna parte de tu
cuerpo. Pero estos inconvenientes son pequeñas minucias porque no se puede
comparar la satisfacción que produce deslizarte unos segundos encima de tu
tablón en medio de las olas. Por unos instantes tienes la sensación libertad y te crees un semi Dios , pero
esa sensación es fugaz ya que la fuerza del mar te vuelve a poner donde te toca a la
siguiente ola.
Aquí en Filipinas, la gente tiene el concepto de diversión,
diferente del nuestro. Aquí lo que triunfa es el Karaoke. Ya no me acordaba,
pero esta situación ya la había vivido anteriormente en países asiáticos. No pretendo
ser muy critico, pero no entendía el concepto. Gente poniendo la música a todo volumen,
intentando emular a sus estrellas. Muy a menudo se solía romper el compás de la melodía con tonos inadecuados, alimentados por el consumo extra de alcohol. El
sentido del ridículo es un concepto relativo en función del lugar donde te encuentres y por estas tierras es digamos un poco diferente.
De la Union me fui a la provincia de Zambales, concretamente
a San Felipe, para poder hacer surf en otros spots. Fue una decepción, el lugar era bonito pero no había olas. Me hospedé un par de días pero al tercero abandone el lugar. El mar estaba plato...... En esta
zona parece ser, que las olas entran a partir de Noviembre, hasta Febrero.
Volvía a Manila, pero esta vez me sabia el camino de entrada,
así que todo fue mas fácil. Estuve alojado en la zona cercana a Makati. Menos mal del mapa que llevaba, eso me facilitó mucho las cosas. En un día y medio me planté en Batangas, lugar que possee un puerto donde parten multitud de ferrys hacia las islas
del Sur. La primera isla donde me dirigí fue la isla de Mindoro, la localidad elegida, Puerto Galera.