Malos pensamientos rondaban por
mi cabeza y resistían en esfumarse. Hacía días que por la noche no me dejaban cerrar mis ojos.
No era hasta que llegaba la frontera entre el día y la noche donde al fin
conseguía liberarme y caer en un sueño que me aligeraba del sudor. Las decimas
de fiebre se evaporaban, aliviándome del calor y durante unas horas podía escapar de mis terrores, hasta
que volvía a despertarme con extraños
pensamientos dentro del infierno. Un infierno privado y solitario, pintado de colores como
de sabores amargos con la falsa y vaga
apariencia que podía controlar su
puerta de acceso. Caía en un abismo cada
vez más lejos de una salida, donde parece imposible retroceder al punto de
partida. Quizás mi cuerpo, por instinto, había intuido la amenaza, pero mi ser
no estaba consciente del verdadero
peligro que podía repercutir en mí. Fue la frustración la que finalmente me empujó a irme
del país, no podía soportar más la sensación de una incertidumbre que
iba creciendo día a día. Me limitaba a seguir mis impulsos, aunque la bomba
cada vez latía con menor fuerza y por mis arterias estaban fugándose esas
pequeñas fuerzas que mueven a uno hacer
esos pequeños pasos del día a día.
Aparcado dejo, esas ideas de futuros planes que permanecerán en reposo
hasta un incierto futuro.
Al final, llegó el día fatídico
donde después de un combate entre tomas de decisiones, creí elegir la mejor
opción que se me presentaba. Abandonaba el calor de una isla y retornaba a
Barcelona en busca de un diagnostico a mi problema.
Mi cabeza se volvía loca, te
piensas que no te pasará nunca, que no te puede pasar, que eres la única
persona del mundo a quien ninguna de estas cosas no le sucederán nunca y
entonces te comienzan a pasar una por una, sucediéndote todas, de la misma
manera que le suceden a todo el mundo.
Pasé unas cuantas horas en el servicio de urgencias del Hospital Clinic de Barcelona, donde me dijeron que todas las pruebas que me habían realizado se encontraban con los parámetros normales, así que me derivaban para que visite las consultas externas del mismo hospital al día siguiente. Abro los ojos y me veo sentado en una silla, esperando mi turno en la consulta de medicina tropical del Hospital Clinic de Barcelona. Esperando que se acaben esos odiosos tiempos muertos. Oliendo ese perfume antiséptico típico de todas esas instalaciones. Clavando mi mirada en los pacientes, me arrebata la nostalgia de un breve pasado, interrumpido por algún factor orgánico que provocaba disfunciones en mi cuerpo. Reposando, mi imaginación intentaba inventarse los posibles diagnósticos que causaban mi enfermedad. Por mi cerebro, aparecían unas figuras de apariencia amorfa con formas de gusano, las cuales parecían estar ancladas en mi tubo digestivo. Al rato, oigo por los altavoces, una voz femenina nombrando mi nombre y un número de puerta. Me levanto y acompañado de mi madre entramos emocionados a la consulta. Mi ego, hacía rato que me engañaba, pensando que los doctores adivinarían rápidamente las causas que me provocaban encontrarme en ese estado. La realidad, rápidamente golpeo mi cabeza y descubrí que mi médico no era el doctor house. Su decisión dependía de la interpretación de múltiples resultados de diferentes analíticas que aun tenían que realizarme. Visité la sala de vampiros del hospital, donde me succionaron el volumen de varios tubos de ensayo de mi querida hemoglobina. No pude mirar, tengo un pequeño problema con mi sangre. Si veo mi rojo fluido, mi cerebro suele hacer un reset y a veces me salta el diferencial o se me funden los plomos. También tuve que aportar muestras de heces, hacerme una ecografía y una prueba nuclear. Ahora sí, disponían de gran cantidad de material para someterlos a todo tipo de test
Estuve más de un mes, esperando
que me dieran un diagnostico. Mientras, tenia periodos de nauseas que me
dejaban el cuerpo hecho papilla. A veces incluso estuve a punto de llegar al
desmayo. Mi estado estaba decaído, me envolvía una sensación de agotamiento. Había que vencer el largo tiempo
de espera intentando matar los tiempos perdidos, pero no tenía fuerzas para
nada. Entré en un círculo vicioso de elucubraciones extrañas, tan improbables,
tan alejadas del realismo que te cuesta encuadrarlas en la objetividad. Por fin,
llegó el día donde el doctor me diagnostico que tenía una bacteria,
Helicobacter Piroly, la cual tenía que ser tratada con unas combinaciones de
varios antibióticos. Estuve una semana dándole veneno al bicho. No sé que era
peor si el remedio o la enfermedad,
porque dicha medicina me provocaba bastantes efectos secundarios, incrementando
las nauseas y los mareos. Pasaron los
siete días de tratamiento y todo continuaba igual. No encontraba mejoría y las
molestias en la zona abdominal derecha continuaban dándome el coñazo. Al final,
descartado la presencia de algún tipo de organismo anómalo, descubrieron que el
problema de todo residía en mi vesícula biliar. Esta, estaba medio llena de
pequeñas piedras unidas a una especie de fango, siendo esto la causa de todas
mis molestias. La solución planteada por los médicos fue clara, tenía que
operarme y extirparme dicho órgano.
Todo este proceso acabó el 18 de
mayo cuando la doctora Canal me extirpó
la vesícula mediante la técnica laparoscopía. Me hicieron tres cortes muy
pequeños por donde introdujeron unos tubos articulados dentro de mi cuerpo con
el fin de realizarme cirugía mutiladora. Todo el proceso siguió su curso normal y poco a poco mi ánimo comenzó a
reencontrase consigo mismo.
Habían pasado 4 meses desde que me comencé a encontrarme enfermo. Mi cuerpo estaba debilitado y en mi cabeza reinaba un poco de confusión. En mi interior se mezclaba una especie de debilidad que provocaba una gran fatiga, a esto se le unía un desanimo que me quitaba cualquier alegría. Todo esto hizo que el último tramo de mi viaje se aplazara, mi estado físico no era el adecuado para poder afrontar con garantías la aventura de moverme por las duras condiciones de las montañas de China y las largas distancias entre las estepas de Mongolia. Después de enfocar mi visión, el objetivo quedo más nítido y en mi clixe quedó exento de ruido, pudiendo encuadrar mi nueva etapa. Decidí volver a incorporarme al trabajo y dejar pendiente para un futuro, la realización de una parte de mis sueños. Solo me quedaba una cosa pendiente, tenía que intentar volver a rescatar mi bicicleta. Tenía que intentarlo, mi compañera de viaje, que tanta compañía me había dado, había sido abandonada a su suerte junto sus respectivas alforjas. Compré un vuelo para Asia pero aquí no acababan los problemas. Cinco días antes de tomar el vuelo, mi madre sufría unos dolores en su cuerpo. La ingresaron en el hospital con un cuadro de dolor intestinal, fiebre y nauseas. Al final después de realizarse varias pruebas y pasar varios días, los doctores le diagnosticaron una infección de intestinos unido a una pequeña inflamación de las paredes de la vesícula. Por mi parte lo tuve claro desde el primer día, no soy médico ni pretendo dármelas de listo, pero los signos que presentaba mi madre coincidían con los que tuve cuando me encontraba indispuesto en un hostel en Luang Prabang, parecía que el cirulo se volviera a cerrar. Tuve que anular el vuelo y cambiar las fechas de mi salida. Mi madre estuvo dos semanas ingresada hasta que le disminuyó la inflamación, así que mi estancia en tierras extranjeras solo sería de 10 días para rescatar lo que me encontrara.
Todo paso de manera lentísima, el
cambio de mi vuelo implicaba infinitas horas de incomoda estancia en asientos
de aeropuerto. Fatigado y pasado 3 días desde la toma del primer avión, llegué
al lugar indicado. Tenía el cuerpo adolorido, la cabeza cansada, el estomago
debilitado y el cuerpo mojado, pero cuando mis ojos vieron al fondo del pasillo una silueta conocida, mi cuerpo segregó un
chute de adrenalina pura, sin un
miligramo de corte. Ipsofacto las pupilas se dilataron convirtiendo mi visión
en ojos de gato, mi corazón comenzó a expandirse queriendo salirse de la cárcel
de sus costillas. La boca se me secó y comencé acercándome hasta que pude tocar
a mi compañera con sus valiosas alforjas. Pequeñas cantidades de electricidad recorrían mi cuerpo llegando a
excitarme prolongando esa sensación de euforia.
Ahora volveré a mi tierra, Lleida, donde el gran
imperio del mal vuelve atacar. España visto la que está cayendo ya no será
nunca más esa nación GRANDE y
LIBRE. Ahora vuelve a su verdadera
realidad envuelta de incultura,
miserias, oscuridades, vagos, paletos con vestidos de marca, políticos
corruptos, donde las palabras están llenas de mentiras, donde se torturan
animales para el entretenimiento de mentes retorcidas y viejas duquesas son la
envidia de los que pasan hambre mientras hojean las páginas de revistas
como el Hola. No hay colmena en el mundo
que aguante tantos zánganos, se impone una revisión general ya que el problema de
nuestros dirigentes es que son ciegos y
no hay peores ciegos que los que no quieren ver. Aunque lo que más me hace
hervir la sangre es lo ciega e inútil que se ha vuelto la justicia, esa dama
ciega con una balanza desequilibrada hacia el lado equivocado, donde cuando no se piden responsabilidades, el sistema, acaba
desmoronándose. Parece que los jueces y fiscales se ríen de los pobres y
débiles, así es como lo percibo porque
parece que los malos si son ricos o
tienen poderosas influencias se vuelven inmunes a los barrotes. A grandes males,
grandes soluciones….tiene que correr la sangre así abrirán los ojos.
En cuanto al año que me quedaba
de viaje lo pospongo hasta que me recupere, aunque harán falta unos cuantos
años más para que la administración vuelva a concederme otra excedencia.
Aprender a adaptarme es lo que he aprendido en este viaje. Quien se adapta a
las nuevas condiciones siempre es el que
suele salirse ganadordor. Ahora vendrá
el un choque de trenes, volveré a una rutina mas sedentaria donde si tengo un mal día siempre podré escoger y abrir
la caja de mi baúl de recuerdos.
Eso iba a ser todo, pero todo
pudo cambiar y torcerse en un segundo. Tres días antas de retornar a mi casa,
hubo un problema. Rondaban las 12 de la
noche, la lluvia era intensa y mi motocicleta me llevaba por las rutas de una
isla tailandesa. Fui un ignorante o simplemente un poco gilipollas, pero todo
sucedió en menos de dos segundos. Después de una simple parada en un
supermercado seven eleven, encendí mi motocicleta. La máquina de 125 cc se
encabritó encarándose hacia un charco que desvió la trayectoria del ciclo,
encarándose hacia un barranco. Mi cuerpo sobresaltado no pudo hacer nada, la
moto se cayó en el barranco de 3 metros de desnivel y mi cuerpo se quedo sujeto
en el aire. Solo me aguantaba por mi pierna derecha la cual se había enganchado
a un pequeño pilón de hormigón. Me quedé medio inconsciente por la colisión,
pero mis ojos solo enfocaban las rocas que había en el fondo. No podía caerme, el impacto de mi cabeza
contra las rocas no auguraba un buen futuro. Atrapado en el dolor y viendo la
muerte en mis ojos, unos franceses me ayudaron a reincorporarme. Mi cuerpo y mi
cabeza estaban como anestesiados, no comprendía que había pasado. Alguien había
encendido alguna vela por mi, si no, no puedo explicarme como pude salvarme de
dicha situación. Maldita motocicleta, parecía que el diablo se hubiera aliado
con ella.